Michael S. Brown y Joseph L. Goldstein Premio Nobel en Fisiología o Medicina. Año 1985 |
Siempre tiene tiempo para hablar conmigo. Me gusta sentarme en el brazo de su sillón y oírle preguntar ¿Cómo ha ido el día? Yo le contesto: ¡Bien!
Entonces
me pregunta por mis amigos y le hablo de los que han dejado de serlo. Me gusta charlar
con mi abuelo de estas cosas porque él lo sabe todo. Cuando uno que era amigo
mío me metió el dedo en un ojo, pude tumbarlo en el suelo, gracias a que mi
abuelo me había enseñado a pelear con los puños. Mi madre me castigó porque los
niños no se pegaban, pero mi abuelo me guiñó el ojo y me dijo que no me acercara
a esa fiera, que me mantuviera alejado, pero que si él venía a mí ya sabía lo
que tenía que hacer.
No
necesitamos hablar, nos miramos y es como si el silencio hablara por nosotros.
Ayer,
así sin más, le di un abrazo y le pasé mis dedos por la cara jugando con sus
arrugas.
Me
explicó que una noche después de cenar, tocaron a la puerta, él pensó que era
la vecina pidiendo algo y sin pensar dejó pasar a la vejez. Le hizo creer que
venía de paso. Resultó simpática y agradable pero cuando se fue a acostar se
miró al espejo y el pelo lo tenía blanco. No se preocupó porque la mejor manera
de engañar a las apariencias, es no dándole importancia.
Al
día siguiente se tiñó las canas y fue cuando aparecieron las arrugas alrededor
de los ojos y de los labios. Las ojeras llegaron después junto a unas dobleces
pequeñitas en el cuello. Pasados unos meses el rostro ya no tenía sitio para
más estragos y haciendo pesas en el gimnasio se dio cuenta que la vejez se
había bajado a sus brazos dejando colgajos allí donde antes él presumía de
bíceps. La nota artística la puso pintando manchas en su piel y diseminando
verrugas por su espalda.
Creyó que la vejez ya no podía hacerle más faenas pero una
noche regresó, esta vez con varias amigas llamadas Artrosis, Gota, Colesterol y
dos gemelas: una alta y otra baja, llamadas Tensión.
Desde entonces, hijo mío, me vine a vivir contigo que eres
mi alegría porque, hay que ver el mal carácter que tiene tu madre. Es igualita
a tu abuela. Sabes… las mujeres siempre me han dado cien vueltas y yo detrás de
ellas. Mi madre, mi mujer, mi hija, la vejez con todas sus amigas. Son la
perdición de los hombres.
Me levanté de un salto y blandiendo mi espada dije que buscaría
en el bosque una varita mágica para que mi abuelo volviera a ser un joven
guerrero como yo.
Se levantó con esfuerzo de su butaca y los dos juramos solemnemente
que jamás, abriríamos las puertas de nuestros cuerpos a esa bruja malvada y a
sus amigas. Todas ellas eran perversas, árnicas, dientes de perro, garras de
león, aliento de panteras…
© Marieta Alonso Más
¡Me ha encantado la manera en la que un tema tan terrenal y cotidiano como es el paso del tiempo lo transformes en un maravilloso relato de fantasía, con guerreros y malvados!
ResponderEliminarCon la ayuda de la espada y una varita mágica haremos frente a la perversa vejez. Muchas gracias por tu comentario. Besos
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