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martes, 1 de julio de 2014

Amantes de mis cuentos: Un pueblo fantasma

Retrato de anciano. Leonardo Da Vinci






Wenceslao Torres era mi amigo. No era muy querido que digamos en el pueblo. Yo tampoco. Un día a los jóvenes les entró la comezón de marchar a trabajar a la capital y se fueron. Los viejos al poco tiempo salieron detrás de los hijos. 

Las casas se fueron deteriorando y aunque Wenceslao y yo en un primer momento, pusimos parches en los tejados, puertas y ventanas, con el paso de los años se cayeron de aburrimiento, la de ellos, claro, porque a las nuestras las fuimos mejorando con todo el material y objetos que encontrábamos en las demás.

Pasaron los años. Envejecimos. Es una etapa en que las fuerzas te abandonan y lo menos que te apetece es trabajar los campos. Todas las mañanas el primero que se levantaba gritaba el nombre del otro. Así sabíamos que todo iba bien.
 
Ayer al no recibir respuesta, me acerqué a la casa de mi amigo y me encontré a Wenceslao con un tiro en la frente. Busqué pero no encontré ningún revolver, ni escopeta cerca de él, el arma que conozco es la que tengo en mi casa, la que utilizaba para ir de caza. Está en su sitio. No encontré pisadas, tan solo las mías. La puerta no estaba forzada, eso es lógico, nunca hemos echado llave. La casa ordenada. Todo en su sitio.


Me rasqué la cabeza, tiré el cigarrillo, lo apagué con el pie, escupí al suelo, abrí una fosa y lo enterré. Ahora estoy sentado en un taburete frente a mi casa. Algo me preocupa, llevo pensativo toda la tarde, porque lo cierto es, creo, que yo no lo maté.







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Gracias.


© Marieta Alonso Más

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