Retrato de anciano. Leonardo Da Vinci |
Wenceslao
Torres era mi amigo. No era muy querido que digamos en el pueblo. Yo tampoco. Un
día a los jóvenes les entró la comezón de marchar a trabajar a la capital y se
fueron. Los viejos al poco tiempo salieron detrás de los hijos.
Las casas se
fueron deteriorando y aunque Wenceslao y yo en un primer momento, pusimos
parches en los tejados, puertas y ventanas, con el paso de los años se cayeron
de aburrimiento, la de ellos, claro, porque a las nuestras las fuimos mejorando
con todo el material y objetos que encontrábamos en las demás.
Pasaron los
años. Envejecimos. Es una etapa en que las fuerzas te abandonan y lo menos que
te apetece es trabajar los campos. Todas las mañanas el primero que se
levantaba gritaba el nombre del otro. Así sabíamos que todo iba bien.
Ayer al no
recibir respuesta, me acerqué a la casa de mi amigo y me encontré a Wenceslao
con un tiro en la frente. Busqué pero no encontré ningún revolver, ni escopeta
cerca de él, el arma que conozco es la que tengo en mi casa, la que utilizaba
para ir de caza. Está en su sitio. No encontré pisadas, tan solo las mías. La
puerta no estaba forzada, eso es lógico, nunca hemos echado llave. La casa
ordenada. Todo en su sitio.
Me rasqué la
cabeza, tiré el cigarrillo, lo apagué con el pie, escupí al suelo, abrí una
fosa y lo enterré. Ahora estoy sentado en un taburete frente a mi casa. Algo me
preocupa, llevo pensativo toda la tarde, porque lo cierto es, creo, que yo no lo
maté.
Dame tu opinión pulsando una estrella.
Gracias.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario