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sábado, 12 de julio de 2014

Marisa Caballero: Los motes

         





Cualquiera que haya vivido en un pueblo, sabe que la mayoría de las veces, se identifica mejor a las personas por su mote, que por el nombre, creando en ocasiones, situaciones cómicas, como le ocurrió a mi madre siendo jovencita. Se encontró en el metro con “el tío cojones”, quién insistía en repetirlo a gritos ¡hermosa, no se te olvide!, dile a tus padres que te has encontrado con el tío CO...JO...NES... alargando las sílabas y elevando el tono, en cada una de ellas, porque era un orgullo para él ser así conocido. Creo que mi madre recordó toda su vida la vergüenza pasada.

         En otra ocasión, fue con el “tío Dios”, o el compromiso de presentar al “tío mal huele”, “cabeza hierro” o “pedorro”. Eran los problemas que surgían al llamar a la personas por el mote. Incluso cuando el apodado se daba cuenta de tu duda, era él mismo, quién lo  repetía, aunque no le gustara mucho, porque había sido adjudicado a su abuelo de forma peyorativa.

         Yo tengo el mío preferido, nunca supe cual era su nombre, pero jamás olvidaré su apodo “el tío Chorrín”.

         Por alguna circunstancia que no recuerdo, fue a mi casa, debía tener alguna consulta que realizar, quizás algún problema de lindes, uso de la era, o riego del caz. Se recibía la visita, pero se ignoraba la causa, mi padre, no sé lo que hacía, pero todo el mundo terminaba de charla tomando una copa, relajado de sus problemas.

         Ignoro cómo y por qué comenzó a narrarme una historia y, con franca sonrisa, comenzó:

         ... A tu edad, un día de 1926 o 1927, por Santiago, cuando los calores del verano son tan intensos, llegué a casa después de pasar el día trillando en la era, mirando con ansiedad el atractivo barreño  de agua templada por el sol  que me esperaba  en el patio. Mi padre había aventado el trigo y yo lo pasé sentado en el trillo, una vuelta, otra, otra..., todo mi cuerpo picaba,  el barreño  y el botijo eran mi mayor aliciente.

         Como siempre mi  madre me esperaba con la ropa limpia que tanto anhelaba, mirando mis raídos pantalones, me dijo:

-         - Chorrín” antes de la Función, iremos a Madrid  a cobrar el trigo,  y aprovecharemos para comprar telas, te haré un pantalón bombacho, una camisa y si llega el dinero podrás elegir una gorra, vendrás con nosotros.

         Aquello era algo que no me atrevía ni a pensar, olvidé los picores de mi cuerpo, el calor y el botijo,  uno de mis primos había estado el año anterior y contaba continuamente cómo era Madrid, luces, tranvías, tiendas, los Almacenes Progreso, Simeón, el Águila, San Mateo, e iríamos en tren con aquellos vagones tan bonitos de madera.

         Después de un mes de nerviosa espera, por fin llegó el día. A las siete de la mañana llegamos a la estación, no había dormido nada, ¡era tanto lo que vería! Subimos al tren, tardamos casi dos horas en llegar. Aquella ciudad, tan grande, era Madrid. No hablaba para no perderme nada, miraba y miraba, entramos en uno de esos grandes almacenes, pero horror, algo sucedió. Comencé a tirar de la saya de mi madre insistentemente, una y otra vez, los ojos llenos de lágrimas, casi gritaba:

-         ¡Madre!, ¡Madre!

Sorprendida me reprendió:

-         ¿Qué quieres Chorrín?

Yo muy asustado le dije:

-         ¡Vámonos Madre, que he matado a un señorito!

En el suelo, con pantalones bombachos azules, calcetines a cuadros, camisa blanca y gorra, un muchacho, sin brazo y una pierna casi arrancada, yacía en el suelo, lo raro es que parecía un muñeco...

        





         

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Tienes razón los apodos de los pueblos te lo ponen tus enemigos.

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    1. Muchas gracias. He estado de vacaciones, por eso no he respondido. He vivido en varios pueblos y conozco varios, algunos irrepetibles. Un saludo.

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  2. En nombre de Marisa Caballero ¡Muchas gracias! Animan mucho los comentarios. Un abrazo

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