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viernes, 1 de agosto de 2014

Amantes de mis cuentos: Mi mejor amigo

Grava


Me gustan los cantos de río. 

Tomo uno y recostándome a un árbol intento ponerle cara. A veces veo un gato, un perro, otras, la cara de Euquerio. A medida que se va secando le salen hasta las arrugas, si ese día estoy de buenas lo mojo y vuelve a quedar lisa su tez, si estoy de malas lo paso por barro para que sea más difícil eliminar las señales que surcan su rostro. También me entretengo tirándolos al agua. Me sirven de proyectil cuando veo alguna rana o lagartija. Un día tiré uno, tomó vida propia y convirtiéndose en boomerang me golpeó la cabeza. Y así quedé.

Hoy me siento maestro de obras, voy con mi saco a recoger todos los cantos que encuentro en la orilla y construyo una acequia. Esto hace que se cree un pequeño brazo por donde el agua toma un nuevo derrotero que inunda la huerta de Euquerio. Tiene muy mal carácter y cuando ve lo que he hecho me amenaza con una azada y con decírselo a mis padres.

Abro mucho los ojos y hago que me asusto, luego corro muy rápido, muy rápido con el saco a cuestas, entro como una tromba en su jardín, tropezando con las raíces de los árboles hasta que caigo de bruces en el estanque y los cantos se desparraman. Un pato viene a curiosear y lo meto en el saco, con la cabeza fuera para que no se ahogue y el malagradecido me picotea.

Todo empapado llego al portal de la casa y la mujer de Euquerio, que no es mi amiga, me espanta a escobazos por manchar su lustrosa casa. Aburrido me dedico a sacar los peces del estanque, los llevo al portal y con ellos hago dibujos geométricos. Los peces son tontos, coletean y se mueren.

Me escondo en el hueco de un gran árbol. Euquerio no se hace esperar. Al ver los peces grita palabrotas. La mujer no pierde tiempo en culparme. Me subo al árbol a la rama más alta.

Mi amigo sale a buscarme y cuando se pone a tiro de piedra, dejo caer un canto. Alza la vista mientras se toca la cabeza con cara de dolor y me ve en lo alto compungido por lo hecho. Abre los brazos y me dejo caer.

Una vez estamos los dos en el suelo me dice con cariño:


‒Pero ¡qué bruto eres, zopenco mío!




© Marieta Alonso Más

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