Grava |
Me gustan los cantos de río.
Tomo uno y recostándome a un árbol intento ponerle cara. A veces veo un gato, un perro, otras, la cara de Euquerio. A medida que se va secando le salen hasta las arrugas, si ese día estoy de buenas lo mojo y vuelve a quedar lisa su tez, si estoy de malas lo paso por barro para que sea más difícil eliminar las señales que surcan su rostro. También me entretengo tirándolos al agua. Me sirven de proyectil cuando veo alguna rana o lagartija. Un día tiré uno, tomó vida propia y convirtiéndose en boomerang me golpeó la cabeza. Y así quedé.
Tomo uno y recostándome a un árbol intento ponerle cara. A veces veo un gato, un perro, otras, la cara de Euquerio. A medida que se va secando le salen hasta las arrugas, si ese día estoy de buenas lo mojo y vuelve a quedar lisa su tez, si estoy de malas lo paso por barro para que sea más difícil eliminar las señales que surcan su rostro. También me entretengo tirándolos al agua. Me sirven de proyectil cuando veo alguna rana o lagartija. Un día tiré uno, tomó vida propia y convirtiéndose en boomerang me golpeó la cabeza. Y así quedé.
Hoy me siento maestro de
obras, voy con mi saco a recoger todos los cantos que encuentro en la orilla y
construyo una acequia. Esto hace que se cree un pequeño brazo por donde el agua
toma un nuevo derrotero que inunda la huerta de Euquerio. Tiene muy mal
carácter y cuando ve lo que he hecho me amenaza con una azada y con decírselo a
mis padres.
Abro mucho los ojos y hago
que me asusto, luego corro muy rápido, muy rápido con el saco a cuestas, entro como
una tromba en su jardín, tropezando con las raíces de los árboles hasta que
caigo de bruces en el estanque y los cantos se desparraman. Un pato viene a
curiosear y lo meto en el saco, con la cabeza fuera para que no se ahogue y el malagradecido
me picotea.
Todo empapado llego al portal
de la casa y la mujer de Euquerio, que no es mi amiga, me espanta a escobazos
por manchar su lustrosa casa. Aburrido me dedico a sacar los peces del
estanque, los llevo al portal y con ellos hago dibujos geométricos. Los peces
son tontos, coletean y se mueren.
Me escondo en el hueco de un
gran árbol. Euquerio no se hace esperar. Al ver los peces grita palabrotas. La
mujer no pierde tiempo en culparme. Me subo al árbol a la rama más alta.
Mi amigo sale a buscarme y
cuando se pone a tiro de piedra, dejo caer un canto. Alza la vista mientras se
toca la cabeza con cara de dolor y me ve en lo alto compungido por lo hecho.
Abre los brazos y me dejo caer.
Una vez estamos los dos en el
suelo me dice con cariño:
‒Pero ¡qué bruto eres,
zopenco mío!
© Marieta Alonso Más
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