Trabajan codo con codo. Ella
está a punto de jubilarse, soltera, seria, sosegada. Él es joven, simpático,
nervioso. Como es un desastre administrándose, le pidió que le ayudase a llegar
a fin de mes. Al cobrar le entregó su sueldo completo. Ella lo puso en un cajón
de la mesa. Se lo fue sisando. Una pelea cada día. A la semana, desesperada, le
entregó lo que quedaba de su dinero.
A los pocos días se le
acercó con zalamerías y quiso contarle sus problemas. El silencio fue la
respuesta.
—¿No querrás que me muera
de hambre?
—Ella le dio su bocadillo
de atún con pimientos rojos, sin palabras.
¡Cariño! Tienes razón en
todo lo que piensas, pero yo no tengo culpa de ser así. Soy un desastre pero por favor acéptame como soy. Bien sabes que si alguien te quiere en esta
oficina, ése soy yo. Mi madre que en paz descanse y tú sois las únicas mujeres
a las que he entregado mi corazón.
¡Pobre Elena! El único
hombre que le decía que la amaba no le servía de mucho.
Cada día llegaba con una
historia distinta y la contaba de forma confidencial a todo el personal. Unas
veces había pasado una noche intensa, maravillosa,
con el cónsul de un país de ensueño, otras le traían a la oficina en un coche descapotable
que no les decía la marca para no darles envidia. Le regalaron un abrigo que el
precio daba hipo y Elena le aconsejó que lo vendiera, se comprase uno más
económico, unos zapatos nuevos porque los suyos tenían un agujero en la suela y
ahorrase lo que le quedara. Él pensaba diferente.
Una mañana no apareció
por la oficina. A
la tarde llegó y con gran desenfado se enfrentó al jefe:
—Me largo. Vengo en busca
de mi liquidación. No le aguanto. Es usted el primer hombre que no me gusta.
Cobró y se fue con Elena.
—¿Qué has hecho?
Despreocupado soltó:
—De ahora en adelante voy
a ser empresario. El domingo ven a verme al Rastro.
Allí se presentó Elena. Debajo
de cuatro palos, un toldo y una mesa con ropa desperdigada se encontró a Pepe
envuelto en su abrigo de lujo y calzado con zapatillas deportivas. No tuvo
tiempo de decir ni pío.
Pepe entusiasmado,
bailando, la abrazaba:
—Este es el comienzo.
Dame tiempo y verás que superaré a los más grandes capitalistas.
Dame tu opinión pulsando una estrella.
Gracias.
© Marieta Alonso Más
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