La
Fea
Era fea. Terriblemente fea. Era tan fea que ella misma decía que no tenía
nada que agradecerle al Señor. Y eso no está bien. Y el Señor enfadado puso en
mi mano una pistola y ya se sabe, el que coloca armas en manos de un inocente…
Porque lo que es yo no lo quería ningún mal, si hasta me había casado con ella.
Y si yo solo fui la mano armada del Señor, no comprendo, señor Juez, por qué me
traen ante usted acusado de asesinato.
Cacería
Andaba dando saltos entre tomillos y romeros
a pesar de que le dije que era peligroso recoger hierbas medicinales durante
las cacerías. Y como resulta que últimamente le puse los cuernos en alguna que
otra ocasión, pues la confundí con una cervatilla.
Total, que para hacerle el cuento corto, vi un
movimiento entre unas matitas, apunté, disparé, y qué quiere que le diga señor
Juez, sin ninguna mala voluntad, le di en la mitad de la osamenta.
La
tristeza
Había llovido y el pantalán estaba
húmedo. Ella resbaló y viéndola en el suelo, la empujé con la punta del pie un
poquito. ¡Le gustaba tanto bañarse en el mar!
Me dio mucha tristeza, señor Juez, ver cómo con su
muerte se fue al traste nuestro paseo.
La imaginación es una característica tuya.
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