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sábado, 6 de septiembre de 2014

Ramón L. Fernández y Suárez: Obradoiro

                                                                 
Al entrar a la Plaza del Obradoiro arreció la lluvia. Hubimos de buscar refugio y ello nos impidió la contemplación de la monumental fachada catedralicia. Fue para todos motivo de contrariedad; no tanto por la lluvia en sí, que allí parece ser parte del paisaje, sino por privarnos del deleite que nos prometía desde antaño descubrir el pétreo espectáculo del que tanto nos habían hablado. La realidad apenas coincide nunca con los sueños… Mientras esperábamos se oía el sonido de una gaita. Es un tópico. Relacionar gaitas con Galicia tiene el mismo valor de hacerlo con hierros y Bilbao. No obstante, aquel sonido, a la vez mítico y nostálgico, pareció desencadenar mis emociones trasladándome a un escenario remoto en el espacio, ya casi perdido en la memoria.

Más de cincuenta años atrás, frente al muelle de Caballería, bajo una esquina de arcados soportales. Lluviosa noche veraniega de una urbe tropical en que la música de gaitas provoca anhelos de regreso a un campus stellae guardado como talismán en las conciencias. En el lado opuesto de la calle surcada por las metálicas vías tranviarias, húmedas maromas sujetan las bamboleantes barcazas de los pescadores. La lluvia y la música de gaitas parecen hermanarse en mis recuerdos. Largo, muy largo se me antoja un recorrido que solo repite las vivencias. La Taberna San Román daba ayer cobijo a la morriña que de forma virtual embarcaba poniendo rumbo hacia poniente. Quizás hoy la memoria nos descubre las secretas coordenadas que, bajo los mares o en las gotas de la lluvia, trazan derroteros de ida y vuelta a los peregrinos de las olas.


© Ramón L. Fernández y Suárez
                                                                      


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