Al entrar a la Plaza del
Obradoiro arreció la lluvia. Hubimos de buscar refugio y ello nos impidió la
contemplación de la monumental fachada catedralicia. Fue para todos motivo de
contrariedad; no tanto por la lluvia en sí, que allí parece ser parte del
paisaje, sino por privarnos del deleite que nos prometía desde antaño descubrir
el pétreo espectáculo del que tanto nos habían hablado. La realidad apenas
coincide nunca con los sueños… Mientras esperábamos se oía el sonido de una
gaita. Es un tópico. Relacionar gaitas con Galicia tiene el mismo valor de
hacerlo con hierros y Bilbao. No obstante, aquel sonido, a la vez mítico y
nostálgico, pareció desencadenar mis emociones trasladándome a un escenario
remoto en el espacio, ya casi perdido en la memoria.
Más de cincuenta años atrás,
frente al muelle de Caballería, bajo una esquina de arcados soportales.
Lluviosa noche veraniega de una urbe tropical en que la música de gaitas provoca
anhelos de regreso a un campus stellae
guardado como talismán en las conciencias. En el lado opuesto de la calle
surcada por las metálicas vías tranviarias, húmedas maromas sujetan las bamboleantes
barcazas de los pescadores. La lluvia y la música de gaitas parecen hermanarse
en mis recuerdos. Largo, muy largo se me antoja un recorrido que solo repite
las vivencias. La Taberna San Román daba ayer cobijo a la morriña que de forma
virtual embarcaba poniendo rumbo hacia poniente. Quizás hoy la memoria nos
descubre las secretas coordenadas que, bajo los mares o en las gotas de la
lluvia, trazan derroteros de ida y vuelta a los peregrinos de las olas.
© Ramón L. Fernández y Suárez
Obradoiro por Ramón L. Fernández y Suárez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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