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domingo, 1 de marzo de 2015

Amantes de mis cuentos: Ocaso


Ocaso en Playa Mollendo, Perú
Foto: Wikipedia, la enciclopedia libre





Estoy preocupada. Veo visiones. Hoy tocaron a mi puerta. Abro y no hay nadie, cuando cierro un hombre está detrás de mí. Me he llevado un buen susto.

¿Fue usted quién tocó?

Dijo que sí con la cabeza.

¿Por dónde entró?

Y me contesta que a través de la puerta.

¿Podemos pasar al salón para conversar?, me dice altivo.

¿Sobre qué tema?

De nuestro pasado, responde. A veces oyes cada cosa que te dejan pensativa. He querido tocarle el brazo y se escabulle. Lo mismo está delante que detrás de mí. Puede que esté soñando. Necesito descansar. Me voy hasta el salón donde está encendida la tele, dejo el tejido a un lado y me recuesto en el sofá. De pronto lo tengo sentado en la butaca a mi lado. Tiene una sonrisa muy agradable y me pregunta si puede quitar la tele. No le gusta el programa. Y la apaga. Estoy segura que yo no me he levantado del sofá y ni siquiera tengo a mano el mando a distancia.

¿Desea tomar algo?

Dice que sí. Voy a la cocina y aunque no he oído que me siguiera aquí está. No quiere que le prepare un té porque él no es inglés, prefiere un buen vino, de lo que deduzco que es español. Tiene un acento neutral, quiero decir que no sé de dónde es. Regresamos al salón, él con su vino y yo con mi té. Muy seria le pido que me explique su presencia en mi casa, quién es y qué quiere.

Me cuenta que ha nacido y se ha criado en el mismo lugar donde hoy se encuentra mi casa. Hace quinientos años. Tuvo una vida muy azarosa. La muerte le encontró en tierras lejanas pero se había dado maña para regresar a su lugar de origen. A él le gustaba tanto la actividad que los cementerios no eran el lugar mas adecuado a su carácter. Cuando me vio llegar hace ochenta años a su casa fue tan intensa su emoción que no se apartó de mi lado en ningún momento.

En aquel entonces, tenías quince años y eras una preciosidad.

Me encantó oír decir eso pero no me dio tiempo a recrearme en lo dicho. Continuó con que se había hecho visible porque no le parecía justo que yo no supiera al cabo de tantos años lo mucho que había disfrutado con mi presencia, desnuda en la ducha, dormida en la cama, con tantos viajes, tantas risas. Hasta había llorado conmigo. Él había sido el causante de que me quedara soltera porque no podía permitir que me casara con la birria de novios que elegía. En general le gustaban mis amigos aunque algún que otro no era de fiar. De ahora en adelante cuando sintiera una brisa en mi nuca debía poner atención porque sería un aviso de él para apartarme de algún peligro.

Al no tener un espejo cerca no podía ver la expresión de mi cara pero él se burlaba de ella hasta que consiguió hacerme reír. Estuvimos un buen rato de charla. Pensé que aquello era un poco absurdo. Cerré los ojos un instante y de pronto sentí que me besaban. Un beso de profesional. ¡Qué maestría! Nunca me habían besado así. Oí cerrar una ventana y cuando abrí los ojos no había nadie. Se había marchado.

No. No. No. Esto es pura demencia, porque no es de lógica que yo tenga tanta necesidad a mis años de ser besada, como para montarme esta historia. Me levanté del sofá, fui hacia mi habitación, tomé el teléfono, concerté una cita con un famoso psiquiatra y me dije:

He dado el primer paso para poner remedio a mi mal.

Respiré hondo y volví al salón más tranquila. Todo había sido producto de mi imaginación, allí no había nadie, la televisión funcionaba, la ventana estaba abierta, lo único raro era el culín de vino que quedaba en la copa vacía. No encontraba explicación a este hecho, salí al rellano y le pedí a una vecina que me oliera el aliento. No. Yo no había bebido vino.

Regresé al salón con una gran tristeza. ¡Qué pena! Nunca había tenido los pies en la tierra pero de eso a estar loca había una gran distancia. Volví a recostarme en el sofá. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis ojos, recorrieron mis mejillas y cayeron en mis labios por lo que pude saborear lo saladas que pueden resultar dos gotas de agua. De repente, sentí una pequeña brisa acariciándome la nuca, con un rápido movimiento la atrapé con las dos  manos, las acerqué al oído y escuché: Cancela la cita. Todo es verdad. Estoy a tu lado, en otra dimensión, pero a tu lado. Y escuché eso tan hermoso, lo que en muy contadas ocasiones me habían dicho: te amo.

Como a lo loco se vive mejor, me levanté, cancelé la cita, preparé una romántica cena para dos y sin pensarlo me fui con él hacia esa otra dimensión.




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    © Marieta Alonso Más

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