Tendiendo ropa en el siglo XIX Foto: Wikipedia, la enciclopedia libre |
Se había
terminado la construcción de una casa
nueva en el pueblo. Aunque faltaba poner
en marcha la instalación
eléctrica, la casa estaba ya habitable y reluciente. Mi hermana, la más pequeña, que como tal, ha sido siempre espontánea, explosiva,
algo caprichosa, nos propuso ir a
pasar el fin de semana . –Si no hay luz, le dije-. A lo
cual, ella me respondió con toda naturalidad: -¿Y qué? ¡Compramos unas velas!-
. - Bueno, bueno-, si eso no es para ti
un inconveniente, vamos.
Así pues , Patricia , Almudena y yo nos subimos al coche de línea con la ilusión de volver al
escenario veraniego de nuestra más tierna infancia.
Llegamos a medio día. La casa estaba
muy bonita, con su reja, su patio interior al estilo manchego, su chimenea y azulejos
de cerámica de Talavera en el pasillo.
Era a finales
de junio, por lo que en el pueblo no
había veraneantes. Todavía no era un lugar de fin de
semana. Unos cien habitantes vivían
desperdigados por sus diversas calles y callejuelas.
Pasamos una estupenda tarde caminando por los
campos, respirando el aire
limpio, disfrutando del horizonte tan cercano, de sus
cielos y del rojizo atardecer . Antes compramos cuatro velas. Por la noche decidimos dejar encendida una
vela en cada una de las estancias que íbamos a utilizar, es decir, una en la
cocina, otra en el salón y otra en cada
habitación. Después de cenar, salimos tan ufanas al patio a contemplar las
estrellas. En él, teníamos varias sillas de jardín y una hamaca,
el lugar más adecuado para verlas, por
lo que decidimos hacer turnos para tumbarnos en ella a mirar el cielo, no
sin algún pequeño desacuerdo. El
espectáculo que se puede ver por la noche en la Meseta Sur, en un lugar sin
contaminación lumínica es alucinante, esplendoroso. Buscábamos las diversas
constelaciones en medio de la inmensidad de estrellas grandes, pequeñas, lejanas y cercanas. Patricia ocupaba la hamaca en ese momento, Cuando de pronto, se escuchó un extraño silbido similar a un
suspiro o ronquido. Nadie dijo nada,
seguimos a lo nuestro. No habían pasado dos minutos cuando de nuevo se repitió
el siniestro sonido. Sólo Patricia se atrevió a preguntar: -¿Habéis oído eso?- Ya… Sí..,
-respondimos. Nos quedamos en silencio un momento. –Ya te toca la hamaca-, le dijo a Almu. - Da
igual-, respondió,- quédate un poco más
si quieres-.Tal generosidad me sorprendió. Al
poco, se escuchó otra vez el
insólito sonido, que sin duda salía de la boca de algún ser misterioso, ya que
era imposible de identificar.
-Debe ser el ronquido de algún hombre que está
durmiendo en una casa de al lado-. Dije, con mi habitual costumbre de poner normalidad a las situaciones
anormales. Un ave blanquecina aleteó posándose un instante en el extremo del tejado, tan rápida que apenas nos dio tiempo a
verla. -¡Mira!, debe ser una paloma- dije.-No creo, - respondió Almudena,- Quizá,
una paloma un poco grande. No le dimos
mayor importancia, tan concentradas estábamos en lo que nuestros oídos habían
escuchado. Decidimos salir fuera para ver si lográbamos
descubrir de dónde venía ese silbido tan asombroso. La calle estaba sumida en la penumbra, apenas alumbraba el suelo la luz de la farola
que pendía del poste de la esquina.
Pudimos comprobar que todas las casas de alrededor estaban cerradas a cal y canto, no vivía nadie en
toda la calle, incluso la casa de al lado parecía abandonada.
Entramos, a toda prisa cerramos la verja. Pero …
¡Ah! La puerta de la casa no se
cerraba. Empujamos con todas nuestras fuerzas, yo con una vela a punto de
extinguirse en la mano, pero la puerta no encajaba en el marco. –No importa-
dije, no va a entrar nadie, porque no hay nadie en las cercanías. Ya sólo
quedaba un pequeño cabo de una única vela, las otras tres se habían extinguido. Por
fin Almudena que tiene mucha fuerza,
consiguió cerrar. Echamos la llave y nos
metimos en los dormitorios, ella sola en
uno, Patricia y yo en otro. A penas conseguí conciliar el sueño, cuando se abrió
la puerta de la habitación. Apareció mi
hermana: _Digo que… por qué no dejamos las puertas de las habitaciones abiertas-
. No- dije categóricamente- , cierra la puerta y vete a dormir. Cerró
resignada. No llevaba durmiendo una hora cuando la voz de Patricia me despertó: -Mamá, ¿quién habrá
hecho ese ruido tan raro?-. La luz
clara y opaca de la noche
estrellada inundaba el dormitorio desde la ventana que daba al patio, sin
cortina ni persiana. ¡¡ Qué más da!!- contesté, algún pájaro del campo.
Volví a
hundirme en los brazos de Morfeo. Pero
al cabo de un rato, desperté, de nuevo. Ya estaba penetrando la luz del día. Vi a Patry
sentada en la cama. _ ¿Qué haces ahí sentada? –. Nada, estoy viendo a Almudena en el patio-. Pero ¿qué hace en el patio a estas horas? No salía de mi asombro, ella, tan dormilona,
sobre todo por la mañana. Me asomé. Ante mi extrañeza me respondió como si fuera
lo más natural del mundo:- Estoy recogiendo las toallas de la cuerda- No pude
evitar sonreír. A las siete menos cuarto de la mañana de un domingo lo más
natural es estar recogiendo la ropa tendida. Me quedé mirándola un rato. No
decía nada. Cuando ya terminó su tarea,
me dijo que no había pegado un ojo en toda la noche.
Recogimos
nuestro equipaje y salimos despavoridas hacia Madrid. Como entonces no existía
internet, ni había ordenadores en las casas, consultamos las enciclopedias y
aplicando la lógica llegamos a saber quién y qué produjo ese
silbido-susurro-ronquido.
Un fin de semana romántico o una noche toledana por Mª Paz Horcajuelo Torres se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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