Fue un bebé precioso. Toda la familia feliz porque al
ser chica y bonita podría encontrar novio sin tener necesidad de que sus
hermanos salieran con rifles para encontrar con quién casarla.
Con el tiempo se
fue echando a perder y se convirtió en una joven realmente fea. Los hermanos
engrasaron las armas. En su casa tenían espejos de todos los tamaños. El espejo
largo le hizo ver que tenía buen tipo. El espejo de aumento le señaló las
cicatrices que la varicela le había dejado en su cara. Decidió no volver a mirarse
en el espejo.
Gloria, su prima hermana, nació el mismo día que ella con
dos horas de diferencia y desde entonces eran inseparables. Gloria a diferencia
de Yolanda nació tan fea que los padres jugaron un billete de lotería con el
número que en la charada china corresponde al mono. Con el paso de los años
Gloria se hizo tan bonita como fea se hacía Yolanda.
Un día en el baño, Yolanda se arriesgó a mirarse
detenidamente y no le quedó más remedio que aceptar su fealdad si no quería vivir
sufriendo. Lloró y se encontró horrible con las lágrimas. Se sonrió quedamente
y comprobó que la cara le cambiaba a mejor, fue aumentando la sonrisa y le
gustó lo que le mostraba el espejo, la carcajada le daba un brillo a sus ojos
que en aquel momento decidió hacer de la risa su arma secreta.
Perfeccionó delante del espejo diversas formas de reír
y como no debía reírse sin ton ni son, aprendió hacer algunos gestos que
provocaban risa mientras contaba cualquier chiste o anécdota.
Aprendió a bailar con Gloria y esperaron con ilusión
la primera fiesta en que los padres les permitieron bailar. Y llegó ese día. Se
arreglaron el pelo una a la otra, se pintaron las uñas de las manos y estrenaron
vestido. Desde el primer momento Gloria estuvo bailando pero Yolanda se quedó
sentada contando chistes toda la noche sin que nadie le pidiera un baile. Los
ojos le brillaban e hizo verdaderos esfuerzos por no llorar mientras reía.
Nunca más volvió a ir a un baile. Se dedicó a ayudar
en la casa a su madre y en el campo a su padre y hermanos. Y así pasaron los
años.
Gloria se casó y marchó a vivir a la capital. Yolanda
le escribía todos los meses y se sentía feliz cuando su prima y amiga visitaba la
aldea. No hubo vez que Gloria no invitase a Yolanda para que se fuera con ella
unos días. Nunca tenía ocasión por todo lo que hay que hacer en una casa y en
el campo.
Pasados quince años, recibió una carta de Gloria que
la llenó de alegría. Lo que tanto ansiaba había sucedido. Estaba embarazada y
le pedía que cuando llegara el momento estuviese a su lado y que fuera la
madrina de su hijo. Yolanda aceptó.
Pasaron los meses y cuando llegó el momento Yolanda a
sus treinta y ocho años, hizo su maletín, se despidió con un ¡Hasta pronto! de
sus padres y tomó el tren que la llevaba a la capital. Se sentó al lado de la
ventanilla, no perdía detalle del paisaje. En la primera parada subió un hombre
y se sentó a su lado. Se pusieron a conversar.
Gloria cuenta a quien quiera escucharla que muchas
personas viajan sin que les ocurra nada relevante, en cambio su mejor amiga la
primera y única vez que subió a un tren encontró marido.
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© Marieta Alonso Más
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Gracias.
Gracias por tu cuento.
ResponderEliminarGracias a tí por leerlo. Un abrazo.
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