Es
tu belleza serena,
que
nunca desgasta el río,
la
que deshace mis penas
y
me protege del frío.
Inés:
No sé si son
zalameras
tus palabras,
amor mío,
mas si no fueran
sinceras
me las creería,
cual crío.
Juan:
Celebro verte tan mía
pues mi franqueza no engaña
y mi esperanza confía
en anidar en tu entraña.
Inés:
No tan presto,
caballero,
que aunque me
estorba el pudor
antes morir yo
prefiero
que renunciar a
mi honor.
Juan:
No tienes que renunciar
al prestigio que te ampara
ni tienes por qué continuar
como si nadie te amara.
Inés:
Vuestros labios
me seducen.
Vuestras
palabras me ofrecen
tesoros que más
relucen
cuanto más cerca
parecen.
Juan:
Por el caudal de mis venas
ardientes gotas de miel
corren borrando mis penas
cuando acaricio tu piel.
Inés:
No pienses que
no padezco
semejante desatino,
si en cada
abrazo me ofrezco
como una copa de
vino.
Juan:
Ven hacia mí sin cuidado.
Permite hacer a mis manos
expertas en resultados
placenteros y galanos.
Inés:
Prefiero forma
encontrar
que garantice mi
estado
y de ese modo
evitar
lo que muchas
han logrado.
Juan:
No has de temer a mi amor
pues ni estas riberas sabrán
los suspiros ni el clamor
que de mi pecho saldrán.
Inés:
Me rinde tanta
nobleza
guardada en tu
corazón,
penetre, pues,
tu grandeza
y termine esta
sinrazón.
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