Todos los días; a la misma hora, la veía pasear por
la pequeña playa. Siempre acompañada por alguien. En su juventud debió ser
esbelta y proporcionada.
Caminaba con la dificultad, que las secuelas de los
años inexorablemente van produciendo. Piernas abultadas por gruesas varices, cadera deformada por la artrosis, que pedía a gritos una intervención
quirúrgica; rodillas inflamadas, espalda doblada, auxiliada por un débil
bastón. Preocupada más por si el viento levantaba su falta, que por la
estabilidad. Posiblemente, obedecía las instrucciones de su médico:
- Caminar, hacer
ejercicio sin forzarse mucho y beber agua.
Repetiría a quiénes insistían en que tomara
líquidos, que no entendía ésa
manía médica, ¿cómo recomendaban beber sin necesidad de hacerlo? No tenía sed. Los médicos de ahora no
entendían. ¡El agua se bebía con sed!
Me fijé en el espejo que las olas crearon sobre la
arena. Las piernas de la anciana no mostraban el paso del tiempo. Eran rectas,
firmes, parecían ser de una joven.
Recordé a Campoamor “todo es según el color del
cristal con que se mira”.
El viento me permitió escuchar su voz modulada y
serena, aconsejando a su acompañante:
-
Debes caminar todos los días, eso es lo
que me permite mantenerme ágil. Yo lo hago desde niña, aunque ahora me duela
hasta el alma.
Tesón por Marisa Caballero se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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