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sábado, 19 de diciembre de 2015

Sergio del Río Fernández: X

Casa de locos.
Francisco de Goya y Lucientes
Muestra un manicomio de principios del siglo XIX




Era un hombre perseguido por una voz que no le deja descansar y que le empuja a hacer cosas, que en ningún momento pensó ni creyó que podría hacer.

Tenía sueños horribles y, al levantarse todos los días, su cabeza parecía que iba a explotarle. Todo esto le estaba sucediendo desde hace ya tiempo, y no lograba resolverlo.

Una mañana, recién levantado, se dispuso a desayunar, como siempre, con dos tostadas un zumo de naranja y un café con leche. No sabiendo que hacer, consultó con su familia y amigos, algunos de los cuales había perdido a causa de la intromisión de aquella maldita voz, y finalmente aconsejado por ellos decidió acudir a un especialista.

Consultó el listín de su compañía de seguros, buscó en el apartado de psiquiatras y psicólogos y tomó nota del doctor Suárez concertando una cita por teléfono para esa misma mañana. Terminó el desayuno, se duchó, y sacó del armario el traje que más le gustaba y que era azul, complementándolo con unos zapatos de charol negros.

Salió a la calle, llamó un taxi y se dirigió al centro de la ciudad, a un edificio nuevo y moderno donde el doctor Suárez tenía su consulta. Tomó el ascensor hasta la planta novena, llamó al timbre, y de inmediato salió a recibirle una guapa secretaria rogándole se sentara y esperara su turno.

Transcurridos unos veinte minutos se abrió la puerta de la consulta y la ayudante le invitó a pasar.

Durante esos veinte minutos de espera, la voz no paraba de interferir en sus pensamientos diciéndole, ¿qué haces aquí? te vas a destruir si haces caso a este loquero, vámonos de aquí.

Pasó a la consulta. El médico le saludó muy amablemente invitándole a sentarse y preguntando por el motivo de su visita.

La voz no paraba de interponerse en sus pensamientos y explicaciones al doctor impidiéndole pensar con claridad y comunicar con precisión su patología. De repente la voz le dijo, ves ese abrecartas que hay en su mesa, cógelo y clávaselo en el pecho. El ya no podía escuchar la voz insistía e insistía y de pronto, se levantó de la silla cogió el abrecartas y se lo clavó.

Estaba aturdido, y no sabiendo qué hacer, salió de la consulta, cogió el ascensor y subió dos plantas más sentándose en un banco del pasillo esperando escuchar algún movimiento de sirenas o gritos de alguien.

La voz insistía, bien hecho, pero él estaba completamente destrozado. Se mantuvo sentado durante una media hora y, al no escuchar nada, decidió volver a bajar a la planta novena pasando por el pasillo hasta la consulta.  Giró la cabeza hacia el interior y vio en su mesa al doctor aparentemente vivo y normal. Respiró hondo y se dijo asimismo, ha sido todo una mentira, mi imaginación y la maldita voz me han engañado.

Decide salir del edificio, baja a la entrada para salir a la calle y empieza a escuchar, sirenas, gente corriendo, policía y, una ambulancia donde están depositando un cuerpo. Se acerca y ve que la persona que va en la camilla es el doctor y que en su pecho lleva clavado el abrecartas.

Está totalmente confundido y decide salir de ahí, caminar por la acera y alejarse lo más posible.

Se para en el espejo de un escaparate decidido a contemplar y asegurarse de que el que se refleja en él es él. El espejo le reconoce pero nota que su imagen comienza a diluirse y, unos segundos antes de desaparecer escucha a un niño que grita: - Mamá, mamá, he encontrado un traje azul y unos zapatos de charol negros.




© Sergio del Río Fernández

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