Mico. Tití plateado |
Hay
gente borde como las hay demasiado amable. Me encuentro entre esos dos
extremos.
Somos
tres en un despacho. La más antigua, la borde, la amable recién llegada.
−Me
llamo Maricela.
−Yo,
Joaquina.
−Yo,
Esther.
Me
levanto y le doy un beso de bienvenida. La otra ni se inmutó.
Se
repartió el trabajo.
−¿Cielo,
me puedes dar el listado de proveedores?
−Ahórrate
lo de cielo. Te lo daré cuando lo tenga.
−Disculpa.
Y
me miró roja como la grana.
Le sonreí y le hice un gesto para que no hiciera ni caso.
Al
día siguiente Maricela se presentó con unos pasteles. Era su cumpleaños. Fue de
mesa en mesa repartiendo.
−Joaquina,
prueba los pasteles, están muy ricos.
−No
gracias. Estoy a dieta.
−Aunque
solo sea uno, mi amor.
−Yo,
tu amor. ¿Desde cuándo?
Y
salió del despacho dejando a la otra con la bandeja entre las manos.
Pasó
el tiempo. Maricela cuidaba su vocabulario de toda expresión cariñosa frente a
Joaquina pero así todo recibía ramalazos verbales cada dos por tres. Hasta que
un día estando Joaquina frente a la máquina del café, apareció Maricela con el
portafirmas a rebosar. Al estar Joaquina de espaldas la confundió conmigo y dijo
toda eufórica.
−¡Hola,
pitusa!
La
reacción fue tan rápida que ya el café corría por su cara cayendo sobre los
papeles cuando se oyó decir a Joaquina:
-Y
tú, mico.
© Marieta Alonso Más
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