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El despertador sonó a las 7:05 de la mañana, como
todos los días. Pero, para Elia, aquella era una mañana especial. Había dormido
apenas una hora y la cabeza le palpitaba a causa del destilado que había bebido
la noche anterior, pero nada de eso importaba. Por primera vez en mucho tiempo,
se sentía bien. Pero eso no impedía que tuviese que ir al trabajo. <<
Maldita sea, la reunión del Consejo >>… No podía faltar.
Refunfuñando, se estiró en la cama ergonómica, sacó
los pies de debajo de las sábanas y los apoyó en el suelo climatizado. Pulsó el
botón junto a su cama que permitía levantar las persianas, y se acercó despacio
al gran ventanal que ocupaba toda la pared este del apartamento para contemplar
el amanecer. La zona en la que residía era, sin duda, una de las más bonitas de
la ciudad. Edificios altísimos de apartamentos de lujo se alternaban con
parques pulcramente diseñados y cuidados por robots jardineros. El diseño de
todo se hacía en empresas especialmente dedicadas a la arquitectura, donde los
ingenieros introducían una serie de datos en sus pantallas y el ordenador iba
realizando los planos simultáneamente.
Hubiera sido un buen trabajo, pero Elia prefería la
industria pura. Mecánica, energías… Ese era su mundo. Y, dentro de poco, sería
una profesión mucho más agradable, pensó con cierta picardía.
No hubiera sabido decir en qué momento de la noche
anterior había empezado a sentirse realmente cómoda con Jeoh; la verdad es que
jamás lo hubiese imaginado, pero era cierto que la pelea con Antella aún tenía
un regusto amargo. Solo ahora se daba cuenta del posible error que había
cometido, y un escalofrío bajó a velocidad de vértigo por su espalda a la vez
que enterraba la cara entre las manos. ¿Y si Jeoh no era del todo sincero? ¿Y
si iba a contarle a Antella que habían estado juntos la mayor parte de la
noche? No había pasado nada, obviamente, pero aun así…
<< No seas boba >>, le recriminó una
vocecita en su cabeza. No soy boba, hubiera respondido ella, pero sabía que era
verdad. Se estaba comportando como una paranoica. Tratando de alejar tan
funestos pensamientos, se masajeó las sienes mientras bajaba las escaleras que
conducían al salón-cocina. Su robot doméstico, programado para despertarse a
las seis de la madrugada todos los días, apenas alzó la cabeza para darle los
buenos días. Elia le devolvió el saludo y se sentó en el sofá. Un botón junto
al reposabrazos permitía extraer automáticamente una mesa plegable sin patas,
sobre la que el robot depositó una bandeja con té y dos bollos integrales
ecológicos.
Elia los mordisqueó despacio, sumida en sus
pensamientos. ¿Qué debía hacer? No podía tener esperanzas. Jeoh se iría en dos
días y a saber cuándo volvería. Pero no podía evitar un cosquilleo al pensar en
él. Era un herssiano, cierto, pero
ella nunca había tenido problemas con esa clase de cosas. De hecho, sus
relaciones más tormentosas habían sido precisamente con humanos.
Suspirando indecisa, se bebió el té de un trago y se
dirigió hacia el armario. Había mucho que hacer.
Fragmento de “Una
reunión explosiva”, relato corto de ciencia ficción candidato a la “Antología
Alucinadas 2014”.
©
Paula de Vera García
¡Me ha gustado mucho, Paula! Con lo cansada que estoy hoy, me vendría bien uno de esos robots. Los bollos también, de hecho.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola awen! Muchas gracias por comentar, me alegro de que te haya gustado. Sí, a veces nos vendrían muy bien, verdad? :D un abrazo!
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