Desde niña fue su
hombre. Se hicieron novios en la adolescencia. Él abandonó la aldea gallega
donde vivían y se marchó hacer las Américas. Ella quedó a la espera. Todas las
tardes al anochecer, se sentaba sobre las rocas junto al mar a soñar con su
regreso.
Los años fueron
pasando, las cartas vienen y van, hasta que se casaron por poderes. Ya esperaba
el barco para marcharse junto a él cuando la guerra hizo que quedara atrapada
en su aldea. Era tanto su dolor, sus ansias de él que comenzó a frecuentar a
una hechicera famosa por su buen hacer.
Le hablaba de su
temor a morir sin haber sido suya y tanto, tanto lloraba, que la adivina se
apiadó de ella. La noche de San Juan, con la luna llena allá en lo alto, le dio
a ingerir un amargo brebaje. Corriendo se fue hacia las rocas, se quitó y dobló
el vestido con delicadeza, se acostó en la arena y con la mirada en el mar, lo
esperó.
Él vino puntual, regalándole
la mitad de una moneda de plata, le contó su vida por aquellos lares, acarició
su pelo, yacieron juntos y se fue con un ¡Hasta pronto!
A los nueve meses
nació su retoño. Las murmuraciones se hicieron eco por la tierra, por la ría,
por el océano. Los suegros la despreciaron, las amigas le hicieron el vacío, no
por haberse quedado embarazada sino por no ser sincera con ellas, ni siquiera
sus padres podían creer lo que contaba. Enseñaba el regalo, su media moneda. Daba
igual, no le creyeron. Y ella le pedía a la maga que deshiciera ese entuerto,
que silenciara dichas calumnias. ¿Quién sino ella sabía la verdad de todo? Mas
la hechicera sonreía susurrando: Los hechos las acallarán.
Siguió yendo a las
rocas, a la mar, con su barriga, con su hijo en brazos, de la mano, corriendo
detrás de él.
Cinco años más
tarde, una mañana de primavera, un barco arribó con su amado. La meiga vino a
contárselo. Se puso aquel vestido, testigo de su noche de amor, una diadema de
flores silvestres adornaba sus cabellos, al niño lo peinó con la raya al lado y
juntos se fueron al centro de la plaza, frente a la iglesia, con su media
moneda plateada colgada al cuello. Lo vio venir a lo lejos, serena lo esperó,
él con su media moneda en alto, llegó, y a la vista de todos unieron las dos
mitades.
© Marieta Alonso Más
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