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jueves, 11 de agosto de 2016

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Chueca



         

Años después, cuando las dos amigas recordaban lo que para ellas fue el año de la ruina, no podían explicarse cómo se dejaron embaucar  por la palabrería de su asesor financiero; ¡Ellas! Que conocían bien el sector y dominaban su jerga; ¡Ellas! Que habían vivido años prudentemente,  sin salirse del guion y ahorrando para el futuro.

─ ¡La avaricia nos cegó!, dice María.

─ ¡Fuimos víctimas del capitalismo!− contesta Ana, que estaba más politizada.

           Las consecuencias del desastre afectaron  a todos los aspectos de sus vidas. El marido de Ana la dejó por otra más joven. Los hijos de María, que estaban cómodamente instalados en su casa, culparon a su madre de tener que dejarla cuando les desahuciaron.  Al perder su segunda vivienda, perdieron también las “amistades  circunstanciales de la urbanización”. Tuvieron que dejar el gimnasio, la costumbre de ir de tiendas, el salón de belleza y hasta la dieta vegetariana y, en poco tiempo, se encontraron fuera de la seguridad que da el dinero, descolocadas, arrojadas a la intemperie.

         Al año de la ruina le siguieron otros de sequía dineraria; fueron años duros, como la travesía en el desierto. María se enamoró del abogado que intentaba poner orden en sus cuentas, un chico 12 años más joven que ella, que  un día se esfumó llevándose sus joyas y Ana, que militaba en un movimiento ecologista, tuvo un percance con la policía antidisturbios  que la obligo a pasar meses en la cama.

          Un caluroso día de primavera, buscando piso para compartir, las dos amigas fueron a parar al barrio de Chueca. El colorido del barrio las atrapó: casas con sus buhardillas y balcones pintadas de alegres colores, lucían llenas de flores y plantas verdes. Las calles, llenas de gente, estaban repletas de tiendas especializadas con letreros  antiguos, que a veces, no coincidían con la especialidad de la tienda. Las puertas, abiertas de par en par, dejaban ver pequeños estudios de escultores o pintores. Talleres  artesanos exhibían su mercancía en puertas y ventanas. Parejas de enamorados,  gays  y heterosexuales, pasaban  horas delante de un  café o una botella de agua mineral, sentados en las terrazas, como si el tiempo se hubiese detenido.

─ María, ¡Mira son felices! Quedémonos aquí.

         En la calle de la Libertad, traspasaban una panadería grande y destartalada, pero ellas no tenían dinero.

─ Sé la manera de simular un avalista para que el banco nos preste el dinero, dijo Ana.

─ ¡Eso sería ponerse al margen de la Ley!, contesto María.

─ ¡Eso es estar con la ley de la supervivencia y a favor de la Teoría de la Evolución! Ya sabes  lo que pensaba Darwin, sobreviven los que mejor se adaptan al cambio.

         Ellas se propusieron evolucionar y lo hicieron, como Escarlata O’Hara, juraron al unísono y por Dios, que nunca más volverían a pasar hambre y, dicho y hecho,  desoyendo los consejos de sus familias, se pusieron a hacer pan y pasteles llenando el barrio de Chueca de unos olores deliciosos. Hoy, la panadería “La Evolución de las Especies” es un lugar de encuentro de artistas, artesanos y parejas de enamorados;  hacen exposiciones y, me han contado que quieren hacer un taller de escritura creativa. 

¡Nos vemos!
                                                        


© Socorro González-Sepúlveda Romeral

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