Por las noches, en mis
sueños, giro y giro igual que la hermosa Cruz del Sur. Amanezco desnuda, con la
almohada y las sábanas por el suelo. No es un problema en el verano, pero en el
invierno, gripe segura, decía mi abuela que gustaba de contarme cuentos de su
tierra, de allá, de ese hemisferio sur tan lejano para mí y tan cercano para
ella.
Mientras estuvo conmigo no
recuerdo haber soñado, pero nada más morirse, esa misma noche la vi en el cielo
envuelta en una constelación que contenía nada menos que una cruz, tirándome
los brazos para que me rebujara en ellos. Unas ansias inmensas de recostarme en
su hombro recorrió todo mi cuerpo.
Trabajo me costó volver a
dormir.
«Un
ñandú macho, parecido al avestruz, pero no igual −recalcaba mi abuela sentada
sobre una estrella−, encontrarás dentro de unos años en tu camino. Para saber
si él te querrá tanto como yo, debes buscar un arco iris. Cuando lo localices te
sientas en una piedra y cada color te interrogará. El rojo con voz aflautada te
hará preguntas acerca de los entresijos de la historia; el naranja con voz de
tenor te sondeará sobre gramática; el amarillo con voz de soprano averiguará lo
que sabes de geografía; el verde con voz de barítono cuestionará tus
conocimientos del medio ambiente; el cian con voz de mezzo-soprano querrá saber
sobre tu forma de ser, tus sentimientos, no le mientas. El azul oscuro con voz
de bajo estará interesado en cómo te comportas con amigos y extraños, y el
violeta con voz de contralto hará un repaso de tu comportamiento con la familia.
Tras ese exhaustivo examen, el arco iris te dejará subir por los peldaños que
te conducirán hasta donde estoy esperándote. Al llegar a la mitad del camino, justo
en ese momento, el ñandú gritará tu nombre para que bajes. Querrá decirte algo
importante. No te muevas. Es él el que debe subir. Los ñandúes son incapaces de
volar pero si se raja, si se echa para atrás en sus sentimientos hacia ti, se
tirará al mar. En cambio, si te quiere, a pesar de las dificultades, llegará a
tu lado».
La imagen y las palabras de
mi querida abuela se diluyen y aparece un avestruz que va tomando la cara de
Gonzalo, un compañero de sexto curso de primaria. ¡Guapo, guapo, como actor de
cine! Es el novio de mis mejores amigas y a las que intento no envidiar. Me
despierto sobresaltada con una gran sensación de vacío. ¡Ay abuela! ¡Qué
difícil me lo has puesto! De los siete colores solo el violeta me dará el
aprobado, si acaso.
© Marieta Alonso Más
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