Representación de Dios Padre en la creación de Adán Miguel Ángel. Detalle de la Capilla Sixtina |
Cuando
contemplo tu rostro
mezcla de paz y fatiga,
cuando adivino tus manos
trenzadas y adormecidas,
cuando veo que tu cuerpo
se agostó como la espiga,
cuando presiento en tus ojos
una lágrima perdida,
cuando tus labios se cierran
con una queja prendida,
cuando tus pasos cortados
hacen senderos de vida.
Yo te adivino
a mi lado
con tu caricia tendida,
con tu temple de guitarra,
con tu sonido de lira,
con tu majestad de años
que saben de mil fatigas,
que saben de la tristeza
y saben de la alegría.
Tus blancos
cabellos miro
sobre tu frente tranquila
y en esos surcos del tiempo
duerme tu sabiduría.
Me cuentas,
me hablas,
me dices esas cosas escondidas,
esas vivencias de antaño
con tus palabras tranquilas
que suenan dulces y bellas
como mi niñez perdida.
Los años
pasaron, padre,
en mi frente ya hay heridas,
esas heridas que dejan
los pesares de la vida.
Pero cuando
en mi recuerdo
adivino tu sonrisa
me considero de pronto,
aquella niña chiquita,
aquella que tú besabas
y que a tus hombros subías,
aquella frágil muñeca
que con firmeza cogías
y la alzabas hasta el cielo
mientras reía y reías.
¡Qué
recuerdos tan serenos
tienen tu vida y mi vida!
Retrato de Jan Pellicorne con su hijo Gaspar Rembrandt van Rijn. Siglo XVII |
© Mariana Romero-Nieva
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