Shiva, el dios supremo, en un momento de sublime inspiración, creó a una joven tan bella, que le puso el nombre de Retua-Dumila, que quiere decir “joya esplendorosa”.
Shiva se complacía tanto
a la vista de Retua-Dumila que decidió
hacerla su esposa. La joven se resistió al principio, pero habiendo sido
aprobado el matrimonio por el consejo de los dioses, consintió en ello con una
condición: que Shiva le procuraría un alimento de tal naturaleza, que siempre
pudiese ser comido a gusto.
Shiva se afanó en vano
para hallar ese alimento extraordinario; todo lo que ofrecía a Retua-Dumila le gustaba al principio, pero al poco
tiempo le causaba repugnancia.
Desesperado el dios, despachó agentes
hacia todas las partes de la tierra en busca de ese alimento tan deseado, y
como éstos tardasen mucho en volver y no fuese ya posible contentarla, la joven
murió en brazos del dios, el cual, con todo su poder, no había logrado
satisfacer el deseo de su esposa.
Shiva mandó entonces
enterrar el cadáver con gran pompa y ordenó a un príncipe de la corte que
montara la guardia alrededor de la tumba. A los cuarenta días de enterrada la
joven, vieron los guardias con asombro aparecer una viva luz sobre la tumba y
cómo brotaban varias plantas desconocidas. Al verlas el dios, exclamó:
“En estas plantas reside
el alma de Retua-Dumila, y de aquí en adelante
las llamaremos pari, esto es, arroz. Repartid sus
semillas entre los hombres, porque con el tiempo constituirán uno de sus más
preciosos alimentos.” «
Los primeros que usaron las semillas se
llamaban Diaka Puring y Kiava-Tuwa, y desde entonces fueron honrados como
padres de los arrozales.
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