"Kate la loca" del pintor J.H. Füssli, 1806 |
«Las locuras que más se lamentan en la vida de un hombre son las que no se cometieron cuando se tuvo la oportunidad».
Helen Rowland (1875-1950)
Periodista y humorista estadounidense
Todas
las mañanas, el pequeño Rafa, al pasar por delante de la casa, miraba
atentamente hacia una muy especial ventana.
Desde
lejos se podía ver una sombra moviéndose, altiva, nerviosa muy acalorada, se
asomaba sólo al caer la tarde, intentando esconderse tras los gruesos barrotes
que enmarcaban su deteriorada y rancia ventana.
Ella, aparecía sucia, despeinada como si hubiese
estado librando una fuerte batalla, pudiéndose escuchar a los lejos sus
gimoteos, ver la palidez de su rostro y de su sonrisa terciada.
Nadie
sabe cómo empezó ni qué sucedió, simplemente una mañana la vieron en la orilla
de la playa levantando sus sucios sayos y enseñando su vientre plano,
chasqueando su lengua, chirriando sus dientes, gesticulando su cuerpo como si
quisiese controlar el mundo, inmovilizar su propia sombra o dirigir la dirección
del viento.
—¿Fue
alguna vez feliz?—se preguntaban los vecinos.
—¡Sí, sí
que lo fue y aún lo sigue siendo!—gritó un niño con fuerza exprimiendo su
aliento—. Ella es mi amiga y todos los días a mi perro Rufo y a mí nos cuenta
cuentos. A Rufo le dice que cuide de mí, a mí que cuide de mis abuelos, que ame
lo bello que hay en el mundo y que algún día la comprenderemos.
La gente
que la conocía no entendía que las personas cambian con el paso del tiempo, que
la belleza se lleva en el alma y en la mente y no en el cuerpo y que detrás de aquella
ventana donde aparentemente solo había locura, una vez hubo vida y sentimiento.
Una
mañana, el perro de Rafa, como todos los días al pasar por su ventana, aulló
olfateando el mal presagio de un definitivo adiós.
Aquella
pobre loca, ya vencida por el tiempo, finalmente les dejó.
Fueron
el niño y el perro sus dos verdaderos amigos que comprendieron que la vida es
eso, solo tiempo.
La locura que habita
en nosotros en un síntoma de felicidad, no la ocultemos tras una falsa
dignidad, vivámosla.
Mosaico romano |
© María del Carmen
Aranda
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