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jueves, 21 de septiembre de 2017

María del Carmen Aranda: La soberbia del poder. (Un poder alquilado)


«La soberbia es una discapacidad que suele afectar a los Pobres
Infelices Mortales, que se encuentran de golpe con una miserable cuota de Poder».

José de San Martín (1778-1850)



José tenía el pelo blanco, cojeaba un poco y el peso de sus años se reflejaba en sus hombros, ya algo caídos y de aspecto cargados.

Me miró moviendo sus pupilas de arriba hacia abajo mientras, sus gafas algo opacas intentaban ocultar unos ojos húmedos por el tiempo ya cansados.

Acababa de salir de una reunión cabizbajo; su jefe, un soberbio hombre de negocios, le había, sin saber el porqué, ridiculizado.

¡Qué ingrato hace a los hombres el poder! Qué comportamientos tan soberbios hacen a esos hombres creer que lo tienen todo, sin ser conscientes de que en realidad el poder que ejercen es simplemente un poder alquilado; alquilado por una nómina, alquilado por un contrato.

Cuántas palabras había silenciadas en los ojos de José, cuántos miedos e intrigas inesperadas habían, a lo largo de su vida sus ojos presenciado.

José cogió su maletín marrón, ya algo pesado por los tickets, anotaciones de sus viajes, reservas de hoteles, hojas de gastos…, que a lo largo de los años había ido acumulando; miró el reloj y con una última y tímida sonrisa en sus labios, nos dijo adiós levantando ligeramente su temblorosa mano. El pequeño pitido de la máquina de fichar le anunciaba su último día de trabajo.

Salió por la puerta, por una puerta grande, erguido, airoso y laureado a pesar de los agravios sufridos por la envidia de un superior traumatizado. El poder alquilado quedó atrás con su codicia y soberbia en su piel instalada, en soledad, con las inscripciones de los sabios consejos de José llenos de significado y envueltos de sentido, en su mente grabados.

—¡Pobre de aquel jefe alquilado! —decían—. Creía ser alguien mientras estuvo contratado; pobre infeliz que a tanta gente ha ridiculizado. ¿Y todo para qué?

Él, que tuvo el poder y no supo controlarlo. Él, que creía ser Dios, mírale, está solo con las piedras hablando.



© María del Carmen Aranda

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