Ella se preparó como siempre, con esmero y cuidando cada
detalle. Expresar competencia, cercanía y confianza en un primer vistazo no era
tarea fácil, pero ya había ido perfeccionando la fórmula después de veinte años,
ejerciendo como psicóloga. Aunque el primer encuentro, siempre era arriesgado. Y
hoy con más razón, pues se trataba de un viejo amigo.
Abrió la puerta del despacho, y al atravesar el umbral,
dejó fuera, esperando en el pasillo, las preocupaciones, sus esperanzas, algún
que otro miedo, varios planes y un par de inquietudes. Solo el conocimiento y
la experiencia, junto a la confianza, la empatía, la resolución y el consuelo,
tenían cabida en aquella habitación.
Y el sillón, por supuesto. Allí estaba, en su sitio de
honor.
-¿Qué tenemos hoy? -preguntó al verla
entrar. Como no obtuvo respuesta, se aventuró diciendo-: Ansiedad, inseguridad, celos, culpabilidad...
-No tengo ni idea -respondió, por fin, la
psicóloga.
-Alguna impresión tendrás. Algo le pasará. A ti no vienen a contarte lo bien
que les va la vida.
-Bueno, padece de sedentarismo, por decir algo.
-Y, ¿viene aquí? ¡Qué se apunte a un gimnasio!
-Lo tiene difícil.
-¿Has usado la palabra “difícil”? No es muy propio de ti. Debe de ser algo
chungo.
Entonces, ella compuso una sonrisa lenta y misteriosa.
-Venga, no te hagas la intrigante conmigo, que con eso de la
confidencialidad a veces te pasas. ¿A quién se lo voy a contar? ¿A la mopa?
-Puede. El dicho «habla menos que un mueble», no va contigo, ¿eh?
-Será como un muerto.
-Pues eso.
-Llega tarde -afirmó el sillón,
cambiando de tema.
-No, ha sido muy puntual, como siempre. Dime, ¿de qué quieres hablar hoy?
-¿Yo? Se te ha ido la olla.
-Menuda novedad. Ya sabes lo que dicen de nosotros. Venga, cuéntame, ¿te
gusta lo que hacemos?
-¿Hacemos? Yo sólo hago que estén más cómodos. No creí que fuera tan
importante.
-Pues lo eres. Somos un equipo.
Se hizo un silencio, y la psicóloga, se dio cuenta de que
ese impasse era el prólogo de una historia. Así es que esperó, con infinita
paciencia.
-Bueno, verás, nunca te lo he contado, pero siento... -El sillón se interrumpió de repente para exclamar-: ¡No hagas eso!
-¿El qué?
-Poner esa expresión. Esa que parece que vayas a descubrirme hasta los
muelles.
-No digas chorradas.
-Bueno, vale, que hablo; pero con una condición.
-¿Cuál?
-Siéntate en mí. Venga, sé tan valiente como lo son ellos.
Ella estrechó su mirada durante un, dos, tres segundos y,
con gesto firme, respondió:
-Trato hecho.
Se sentó muy derecha, como lo haría un director de
orquesta, y el sillón empezó diciendo:
-Siento el peso de sus preocupaciones, el calor de su cabeza cuando se
obsesionan con algo, el golpeteo de sus piernas cuando la ansiedad se hace
dueña de sus vidas, la frialdad de sus manos, que, como garras, se amarran a
mis brazos cuando el miedo les atenaza.
-Tiene que ser inquietante -comentó ella.
-Sí, ¿no percibes tú la densidad del aire? Y, ¿ese olor a adrenalina que lo
impregna todo? Sí, si lo sientes. Porque te levantas y abres la ventana para
que se libere y se diluya con el viento. Te he visto hacerlo muchas veces.
-¿Y qué más? ¿Solo percibes sus temores?
-No, claro que no. Después viene la mejor parte. Cuando empiezan a tomar las
riendas de su vida y, al sentarse, les noto más ligeros, más refrescantes y
ocupan más sitio. Parecen más grandes y más altos, pues se han librado de
aquello que les hacía pequeños e insignificantes. Su postura y sus movimientos
han cambiado de forma visible, se nota que se han librado de la embriaguez del
desaliento y la esperanza empieza a guiar sus pasos.
-A veces se resiste, ¿eh?
-Sí, y tú, en privado, te desesperas. Y le das vueltas y más vueltas para
encontrar el camino.
-Tengo que hacerlo -sentenció la psicóloga.
-¿No eres tú quién les sugieres que no abusen del verbo “Tengo”?, ¿que suena
a obligación?
-Vaya, me has pillado -suspiró, repanchigada en
su compañero de batallas, con una pierna colgando de un reposabrazos y un codo
apoyado en el otro. Su cuerpo, inclinado, como una Torre de Pisa viviente.
-Ahora, es tu turno -le recordó el sillón-. Yo ya hablé demasiado para ser un mueble.
Y la psicóloga, que, en ese momento no lo era, empezó a
hablar. Al principio vinieron las sonrisas, después se abrieron paso las
carcajadas. Hubo miradas al pasado y al futuro y brotaron lágrimas de pérdida y
de añoranza, de ilusión y de alegría. Y cuando le tocó el turno a los sueños,
ella ya estaba dormida.
© Blanca de la Torre
Tierno y divertido a partes iguales. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSe agradece la lectura, el trocito de tu tiempo que has regalado a mi relato y el comentario. ¡Gracias, Ana!
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