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domingo, 1 de marzo de 2020

Amantes de mis cuentos: Mi casa

Cuadro al óleo. Higinio  Mallebrera






No puedo dormir.

Tengo pesadillas. Y todo por culpa de un préstamo. Me veo sin trabajo, mendigando por las calles en busca del dinero de la letra para que el banco no se quede con mi nueva casa. Lo de nueva es un decir, es de segunda mano.

Su búsqueda me ha llevado tres años de mi vida, pero en cuanto puse el pie en ella supe que sería mi hogar. Todo en ella es acogedor, la iluminación que da el ventanal, los arcos que separan los ambientes, la amplitud al no tener muebles.

‒Usarás bastón cuando acabes de pagarla ‒repite mi padre a todas horas.

El primer día que accedí a mi casa, salí doce veces para volver a entrar y no perder esa sensación de fuerza que me daba cruzar el umbral de mi puerta. De día todo lo veo color de rosa a pesar de tener que cenar y dormir en el suelo por no tener cama, mesa, sillas… Pensé cerrar las contraventanas para evitar que los vecinos fisgonearan mi salida de la ducha tal como vine al mundo, pero ¿para qué? Estoy segura que se cansarán de mirar, si es que lo hacen, antes de poder comprar unas cortinas.

La noche es la que me conturba. Me la paso haciendo cuentas. He llegado a un acuerdo con mis padres, que sufren al no poder prestarme dinero. Me ayudan llenándome el pico con una comida contundente en su casa y con la cena que traigo en la fiambrera que me prepara mi madre. Así puedo pagar la luz y la calefacción.

A veces sueño que la policía me invita a salir de mi propia casa, porque es del banco ‒me explican‒ y me despierto con el corazón desbocado.

Llevo así seis meses. He tenido que ir al médico de cabecera, el que me ha atendido desde niña. La consulta estaba a rebosar. No había pedido cita por lo que me atendió la última. Me escuchó con mucha atención y con cara de cansancio me aconsejó:

‒Mira hija. Déjate de tanta pejiguera, búscate un chico majo, trabajador y que te ayude a pagar el préstamo.  

Y eso hice. Pero no vayan a pensar que me busqué un marido de conveniencia. No. Alquilé a unos compañeros de trabajo los dos dormitorios que tiene mi casa. Ellos se trajeron sus propias camas y yo me he ido a dormir a la despensa que es muy amplia y me cabe el colchón.


© Marieta Alonso Más

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