El
día en el que todo cambió. El día en el que el mejor padre que podría haber
deseado se convirtió en una luz más en el cielo que adorna nuestras cabezas.
Han pasado nueve años y no hay día en el que no piense en él. Sé que estará
siempre en mi recuerdo, pase el tiempo que pase, y por eso tengo un recuerdo
por escrito cada año. Porque, esté donde esté, no quiero que olvide que
fue, es y será querido.
No me gusta entrar en
detalles. Eso lo dejo para la intimidad. A pesar de ello, y de todo, al menos
se fue en un día bonito. Con los libros como protagonistas. Esos que
tanto le gustaban. Además, ese año estábamos en Semana Santa, otra de sus
pasiones. No es que duela menos por todo esto. Aunque, con el tiempo, la sensación
se vuelve más dulce. Porque, al final, te quedas con los buenos recuerdos. Con
las alegrías y los consejos. Así eres capaz de seguir adelante.
Lo haces porque sabes que es
lo que él quería. Porque siempre nos dijo que la vida era para exprimirla,
para disfrutarla y para ser felices. Por ello lucho, por ello intento
animarme y en estos últimos tiempos dejar de pensar. Él se hubiera tomado bien
esta situación. Estoy segura. Hubiera sonreído y nos hubiera dicho a todos que
tuviéramos paciencia. Que nos cuidáramos. Y esto tenemos que hacer ahora. Cuidarnos.
Cuidarnos mucho.
Cuidaos y cuidad de vuestros
seres queridos. Demostrarles lo mucho que os importan, lo mucho que los
queréis, porque la vida es breve y hay que aprovecharla queriendo. Queriendo
con ganas. Mientras yo vuelvo a hacer este homenaje el 23 de abril.
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Si es imposible significa que
puede hacerse
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