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viernes, 15 de mayo de 2020

Benito Pérez Galdós: Centenario de su muerte

Galdós a sus 51 años. Pintado por Joaquín Sorolla



Nació el 10 de mayo de 1843 en Las Palmas de Gran Canaria, en la calle de Cano, número 6. Tan cerca del mar, que casi orillaba a la puerta de su casa. Murió el 4 de enero de 1920, en su domicilio de la calle Hilarión Eslava, en Madrid.

Ya enfermo lo atendió el doctor Gregorio Marañón. Treinta mil madrileños de todas las clases sociales le despidieron mostrando su cariño a quien les había retratado con fidelidad, y había ofrecido una imagen imperecedera de su tiempo.

Los diarios de la época recogieron los adioses sinceros, llenos de aprecio, de Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Ramón del Valle-Inclán…  Textos de escritores como Clarín, Pardo Bazán, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Octavio Paz…, certifican que su legado literario pertenece al patrimonio de la literatura universal.

Es considerado uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX, hasta el punto de hablar de él, como el mayor novelista español después de Cervantes. La expresividad, la mirada crítica, su capacidad y lucidez para describir personajes y sociedad, hace que dudas, miedos, debilidades, contradicciones, de los protagonistas de la obra galdosiana se identifiquen con los hombres y mujeres de hoy en día. 

Dijo que Carlos Dickens fue su amado maestro, y se atrevió a traducir la novela titulada: «Papeles póstumos del Club Pickwick». No solo era hábil con la pluma, también tocaba el armonio, el piano, pintaba… El ambiente cultural y educativo en Gran Canaria fomentaba sus intereses por la pintura, la música y la escritura.

Llegó a Madrid en septiembre de 1862. Se matriculó en Derecho, pero lo dejó para dedicarse al periodismo, adentrándose en la universidad de la vida.  

Casa editorial de Galdós, fotografiada por Christian Franzen

Desde 1874 Galdós había tenido un solo editor, Miguel H. Cámara, dueño de La Guirnalda y compatriota suyo. En 1896 desconfía de sus servicios y le pone un pleito que termina el 3 de noviembre y la sociedad queda disuelta. Abrió una casa editorial con el nombre de Obras de Pérez Galdós en la calle Hortaleza, número 132 bajo, y los dos primeros títulos que publicó fueron Doña Perfecta y El abuelo. Desde ese momento será su propio editor hasta que en 1904 firmó un contrato con la Editorial Hernando. 

Sentía pasión por el teatro así lo confesó en Memorias de un desmemoriado. A la crítica le costó acostumbrarse a un Galdós dramaturgo, pero acabaron por reconocer su valía. El 15 de marzo de 1892 se estrenó «Realidad», Marcelino Menéndez Pelayo comparó a Galdós nada menos que con Henrik Ibsen. La apoteosis llegó con la puesta en escena de la obra «Electra» estrenada en 1901, incluso dio nombre a caramelos y platos de cocina. Galdós saldría del teatro a hombros de sus admiradores. Francisco Cánovas en su biografía señala que, fue uno de los dramaturgos españoles más importantes de su época. Y dijo: «Creó un teatro de personajes, de ideas y valores, que reflejaba la realidad social y las preocupaciones ciudadanas».

Don Benito fue candidato al premio Nobel en 1912, y contó con numerosos apoyos, principalmente de los ateneístas, capitaneados por Ramón Pérez de Ayala, pero la oposición de los grupos tradicionalistas impidió que recibiese el galardón.

La revolución de 1868, la Gloriosa, le convirtió en un defensor de la democracia. También apostó por la monarquía constitucional en la figura de Amadeo I de Saboya. Más tarde se afilió al partido de Sagasta. En 1886 fue elegido diputado por Guayama, hoy un municipio de la región del Valle Costero del Sur, en Puerto Rico. Más tarde fue elegido diputado republicano por Madrid en 1907 y 1910, siendo el candidato más votado. En 1914 fue diputado republicano por Las Palmas.

Galdós permaneció soltero hasta su muerte, pero entre sus amoríos destaca la relación con Emilia Pardo Bazán, que conocemos a través del epistolario que se conserva. Se dice que jamás olvidaron la noche pasada en Fráncfort. El amor terminó. No así su larga amistad. Con Lorenza Cobián nació su única hija, María. Luego pasó nueve años con Concepción Ruth Morell, joven de espíritu libre, actriz y de inteligencia destacada; la lista de sus relaciones deja constancia de esa, su debilidad no literaria; terminó con Teodosia Gandarías, su último amor, y con la que mantuvo una relación tranquila.  Se queja de la vista, y a partir de 1913 usa gafas negras y está prácticamente ciego. Necesitará de la ayuda de un secretario, Pablo Nougués.

Su quehacer literario ha sido dividido en cuatro momentos narrativos:

Primera época. Se dice que La Fontana de Oro (1870), La sombra (1870) y El audaz (1871) fueron tanteos en el arte de narrar. Poned atención a los nombres de los personajes en toda la obra de don Benito, pues son elegidos cuidadosamente por el autor. En La fontana de oro, el apodo de don Elías Orejón y Paredes era Coletilla. La primera serie de los Episodios Nacionales comienza con Trafalgar (1873). Sin lugar a dudas es su obra más ambiciosa, cuyo trasfondo histórico se basa en hechos verificables, mientras que el argumento y sus protagonistas son ficticios. Todos los Episodios Nacionales están narrados por Gabriel Araceli, salvo el de Gerona que lo cuenta Andrés Marijuán. Doña Perfecta (1876) destaca entre sus novelas de tesis. La intransigencia de esta mujer que vive en la inventada ciudad episcopal de Orbajosa, provoca la muerte de Pepe Rey, el novio de su hija, que cuando llegó al pueblo pensaba que allí todo era bondad y honradez. Gloria (1877) se enamora de un joven judío. Le valió una dura crítica de José María de Pereda, que Galdós no aceptó. En cartas dirigidas a Pereda en febrero y marzo de 1877, escribe: «Me dio usted (no puedo menos que confesarlo) un malísimo rato con su carta, que recibí precisamente en días en que saboreaba con cierto sibaritismo el éxito de este libro». Marianela (1878) vivía en casa de los Centeno, y fue una de las novelas favoritas del escritor, ya mayor y ciego lo llevaron al teatro para asistir a una representación, y la emoción lo embargó. La familia de León Roch (1879) recibió las alabanzas de Giner de los Ríos que consideraba al escritor uno de los mejores narradores europeos.

Segunda época. Los personajes comienzan a hablar consigo mismo, de modo que la conducta de hombres y mujeres se ve matizada por las vivencias de la conciencia individual. Es cuando Galdós escribe las obras que mejor definen su quehacer literario. La desheredada (1881) inaugura este ciclo de novelas y le llega el reconocimiento a su labor; en El amigo manso (1882) el personaje nace de una gota de tinta; El doctor Centeno (1883), Tormento (1884), La de Bringas (1884) son historias de amor, celos, codicia, traiciones, con la Historia de trasfondo. Lo prohibido (1884) antecede a su obra maestra, Fortunata y Jacinta (1886-1887); en Miau (1888) relató los apuros de un cesante para mantener a la familia. Y comienza a publicar los Episodios Nacionales.

Tercera época. Las novelas o ficciones espiritualistas comenzaron cuando terminó su intensa relación con Emilia Pardo Bazán. El sistema de valores deja de ser unitario debido a los aportes de la conciencia individual, por las múltiples vertientes psicológicas de los personajes. En 1890 escribe Ángel Guerra en Toledo. Publica Tristana en 1892 cuando enamorado de Concha Ruth Morell reflexiona sobre los azares de su complicada vida amorosa.  Publica la serie de novelas de Torquemada (1889-1895); Nazarín en 1895 que fue llevada al cine por Luis Buñuel; y Halma en 1895. Estas novelas espiritualistas culminan con Misericordia y El abuelo en 1897. Escribe, también, la cuarta serie de los Episodios Nacionales: De Zumalacárregui (1898) a España sin rey (1908).

Cuarta época. La llamada «mitológica». Comienza con Casandra (1905), y termina con El caballero encantado (1909). Inicia una nueva serie de Episodios Nacional, la quinta, con España sin rey (1908). Y La razón de la sinrazón (1915) fue su última novela.

El Madrid galdosiano

Fue el escenario de las novelas de su segunda etapa, y uno de sus espacios preferidos, se ubica en el centro de la capital. En esta zona vivió durante una larga década y plasmó en su obra la vida cotidiana, sus mercados, sus cafés, su trasfondo histórico y político, y es que disfrutaba paseando y relacionándose con la gente, con su manera de hablar, con su forma de vivir…

En Memorias de un desmemoriado, capítulo II, el mismo Galdós escribió: …Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en “flanear” por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias.

A partir de 1889 el espacio de sus obras se traslada al Ensanche madrileño, el barrio de Salamanca, donde vivió en la calle Serrano y en la Plaza de Colón. Y ese Madrid, en sus nuevas novelas de la tercera etapa, se interioriza. Los conflictos personales y de conciencia sustituyen a ese contar espontáneo de la etapa anterior.

Fotografía de Pablo Audouard hacia 1904

Hay que leer a Galdós

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