Galdós a sus 51 años. Pintado por Joaquín Sorolla |
Nació el 10 de mayo de 1843
en Las Palmas de Gran Canaria, en la calle de Cano, número 6. Tan cerca del
mar, que casi orillaba a la puerta de su casa. Murió el 4 de enero de 1920, en su
domicilio de la calle Hilarión Eslava, en Madrid.
Ya enfermo lo atendió el
doctor Gregorio Marañón. Treinta mil madrileños de todas las clases sociales le
despidieron mostrando su cariño a quien les había retratado con fidelidad, y
había ofrecido una imagen imperecedera de su tiempo.
Los diarios de la época
recogieron los adioses sinceros, llenos de aprecio, de Miguel de Unamuno, José
Ortega y Gasset, Ramón del Valle-Inclán… Textos de escritores como Clarín, Pardo Bazán,
Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Octavio Paz…, certifican que su legado
literario pertenece al patrimonio de la literatura universal.
Es considerado uno de los
mejores representantes de la novela realista del siglo XIX, hasta el punto de
hablar de él, como el mayor novelista español después de Cervantes. La
expresividad, la mirada crítica, su capacidad y lucidez para describir
personajes y sociedad, hace que dudas, miedos, debilidades, contradicciones, de
los protagonistas de la obra galdosiana se identifiquen con los hombres y
mujeres de hoy en día.
Dijo que Carlos Dickens fue
su amado maestro, y se atrevió a traducir la novela titulada: «Papeles póstumos
del Club Pickwick». No solo era hábil con la pluma, también tocaba el armonio,
el piano, pintaba… El ambiente cultural y educativo en Gran Canaria fomentaba
sus intereses por la pintura, la música y la escritura.
Llegó a Madrid en septiembre
de 1862. Se matriculó en Derecho, pero lo dejó para dedicarse al periodismo,
adentrándose en la universidad de la vida.
Casa editorial de Galdós, fotografiada por Christian Franzen |
Desde 1874 Galdós había
tenido un solo editor, Miguel H. Cámara, dueño de La Guirnalda y compatriota
suyo. En 1896 desconfía de sus servicios y le pone un pleito que termina el 3
de noviembre y la sociedad queda disuelta. Abrió una casa editorial con el
nombre de Obras de Pérez Galdós en la calle Hortaleza, número 132 bajo, y
los dos primeros títulos que publicó fueron Doña Perfecta y El abuelo. Desde
ese momento será su propio editor hasta que en 1904 firmó un contrato con la
Editorial Hernando.
Sentía pasión por el teatro
así lo confesó en Memorias de un desmemoriado. A la crítica le costó
acostumbrarse a un Galdós dramaturgo, pero acabaron por reconocer su valía. El
15 de marzo de 1892 se estrenó «Realidad», Marcelino Menéndez Pelayo comparó a
Galdós nada menos que con Henrik Ibsen. La apoteosis llegó con la puesta en
escena de la obra «Electra» estrenada en 1901, incluso dio nombre a caramelos y
platos de cocina. Galdós saldría del teatro a hombros de sus admiradores.
Francisco Cánovas en su biografía señala que, fue uno de los dramaturgos
españoles más importantes de su época. Y dijo: «Creó un teatro de personajes,
de ideas y valores, que reflejaba la realidad social y las preocupaciones
ciudadanas».
Don Benito fue candidato al
premio Nobel en 1912, y contó con numerosos apoyos, principalmente de los
ateneístas, capitaneados por Ramón Pérez de Ayala, pero la oposición de los
grupos tradicionalistas impidió que recibiese el galardón.
La revolución de 1868, la
Gloriosa, le convirtió en un defensor de la democracia. También apostó por la
monarquía constitucional en la figura de Amadeo I de Saboya. Más tarde se
afilió al partido de Sagasta. En 1886 fue elegido diputado por Guayama, hoy un
municipio de la región del Valle Costero del Sur, en Puerto Rico. Más tarde fue
elegido diputado republicano por Madrid en 1907 y 1910, siendo el candidato más
votado. En 1914 fue diputado republicano por Las Palmas.
Galdós permaneció soltero
hasta su muerte, pero entre sus amoríos destaca la relación con Emilia Pardo
Bazán, que conocemos a través del epistolario que se conserva. Se dice que jamás
olvidaron la noche pasada en Fráncfort. El amor terminó. No así su larga
amistad. Con Lorenza Cobián nació su única hija, María. Luego pasó nueve años
con Concepción Ruth Morell, joven de espíritu libre, actriz y de inteligencia
destacada; la lista de sus relaciones deja constancia de esa, su debilidad no
literaria; terminó con Teodosia Gandarías, su último amor, y con la que mantuvo
una relación tranquila. Se queja de la
vista, y a partir de 1913 usa gafas negras y está prácticamente ciego.
Necesitará de la ayuda de un secretario, Pablo Nougués.
Su quehacer literario ha sido
dividido en cuatro momentos narrativos:
Primera época. Se dice que La
Fontana de Oro (1870), La sombra (1870) y El audaz (1871) fueron tanteos en el
arte de narrar. Poned atención a los nombres de los personajes en toda la obra
de don Benito, pues son elegidos cuidadosamente por el autor. En La fontana de
oro, el apodo de don Elías Orejón y Paredes era Coletilla. La primera serie de
los Episodios Nacionales comienza con Trafalgar (1873). Sin lugar a dudas es su
obra más ambiciosa, cuyo trasfondo histórico se basa en hechos verificables,
mientras que el argumento y sus protagonistas son ficticios. Todos los Episodios
Nacionales están narrados por Gabriel Araceli, salvo el de Gerona que lo cuenta
Andrés Marijuán. Doña Perfecta (1876) destaca entre sus novelas de tesis. La
intransigencia de esta mujer que vive en la inventada ciudad episcopal de
Orbajosa, provoca la muerte de Pepe Rey, el novio de su hija, que cuando llegó
al pueblo pensaba que allí todo era bondad y honradez. Gloria (1877) se enamora
de un joven judío. Le valió una dura crítica de José María de Pereda, que
Galdós no aceptó. En cartas dirigidas a Pereda en febrero y marzo de 1877, escribe:
«Me dio usted (no puedo menos que confesarlo) un malísimo rato con su carta,
que recibí precisamente en días en que saboreaba con cierto sibaritismo el
éxito de este libro». Marianela (1878) vivía en casa de los Centeno, y fue
una de las novelas favoritas del escritor, ya mayor y ciego lo llevaron al
teatro para asistir a una representación, y la emoción lo embargó. La familia
de León Roch (1879) recibió las alabanzas de Giner de los Ríos que consideraba
al escritor uno de los mejores narradores europeos.
Segunda época. Los personajes
comienzan a hablar consigo mismo, de modo que la conducta de hombres y mujeres
se ve matizada por las vivencias de la conciencia individual. Es cuando Galdós
escribe las obras que mejor definen su quehacer literario. La desheredada
(1881) inaugura este ciclo de novelas y le llega el reconocimiento a su labor;
en El amigo manso (1882) el personaje nace de una gota de tinta; El doctor
Centeno (1883), Tormento (1884), La de Bringas (1884) son historias de amor,
celos, codicia, traiciones, con la Historia de trasfondo. Lo prohibido (1884)
antecede a su obra maestra, Fortunata y Jacinta (1886-1887); en Miau (1888)
relató los apuros de un cesante para mantener a la familia. Y comienza a
publicar los Episodios Nacionales.
Tercera época. Las novelas o
ficciones espiritualistas comenzaron cuando terminó su intensa relación con
Emilia Pardo Bazán. El sistema de valores deja de ser unitario debido a los
aportes de la conciencia individual, por las múltiples vertientes psicológicas
de los personajes. En 1890 escribe Ángel Guerra en Toledo. Publica Tristana en
1892 cuando enamorado de Concha Ruth Morell reflexiona sobre los azares de su complicada
vida amorosa. Publica la serie de
novelas de Torquemada (1889-1895); Nazarín en 1895 que fue llevada al cine por
Luis Buñuel; y Halma en 1895. Estas novelas espiritualistas culminan con
Misericordia y El abuelo en 1897. Escribe, también, la cuarta serie de los
Episodios Nacionales: De Zumalacárregui (1898) a España sin rey (1908).
Cuarta época. La llamada «mitológica».
Comienza con Casandra (1905), y termina con El caballero encantado (1909).
Inicia una nueva serie de Episodios Nacional, la quinta, con España sin rey
(1908). Y La razón de la sinrazón (1915) fue su última novela.
El Madrid galdosiano
Fue el escenario de las
novelas de su segunda etapa, y uno de sus espacios preferidos, se ubica en el centro
de la capital. En esta zona vivió durante una larga década y plasmó en su obra la
vida cotidiana, sus mercados, sus cafés, su trasfondo histórico y político, y
es que disfrutaba paseando y relacionándose con la gente, con su manera de
hablar, con su forma de vivir…
En Memorias de un
desmemoriado, capítulo II, el mismo Galdós escribió: …Mi vocación literaria se iniciaba con
el prurito dramático, y si mis días se me iban en “flanear” por las calles,
invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias.
A partir de 1889 el espacio
de sus obras se traslada al Ensanche madrileño, el barrio de Salamanca, donde
vivió en la calle Serrano y en la Plaza de Colón. Y ese Madrid, en sus nuevas novelas
de la tercera etapa, se interioriza. Los conflictos personales y de conciencia
sustituyen a ese contar espontáneo de la etapa anterior.
Fotografía de Pablo Audouard hacia 1904 |
Hay
que leer a Galdós
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