martes, 1 de julio de 2025

Amantes de mis cuentos: Ser vago requiere mucho esfuerzo

 



Hay tres clases de animales en el mundo: Los herbívoros, los carnívoros y aquellos que comen todo lo que prepara su madre. Ése soy yo.

Mi padre era un hombre ahorrador. Todo su afán era comprar pisos. El ladrillo es una buena inversión, decía siempre. Mi madre no paraba de hacer cosas. Era una hormiga. Y entre los dos lograron tener cinco pisos. Yo no. Soy de los que ni siquiera buscan excusas para no trabajar. Me levanto sin necesidad de oír el ruido del reloj.

Mi madre me tiene el desayuno preparado, lo ingiero, después doy un paseo para mantenerme en forma y hablar con los amigos. Luego regreso y me pongo a leer. Mamá es una excelente cocinera, así que como, me echo una siesta de unas dos horas y vuelvo a mis libros. Ceno y salgo a la calle para olfatear el aire nocturno y mezclarme con los fantasmas. Mis pasos son ágiles y silenciosos, como si fuera un comanche. Aunque me encanta la madrugada, soy como Cenicienta a las doce en punto regreso y me voy a dormir.

A veces, cuando mi madre se levanta de mal humor, suele repetir que los pájaros aprovechan la luz del día para recoger semillas y yerbas para el nido. Cuando oscurece se recogen para pasar la noche. También los tigres duermen durante el día en algún lugar sombrío, pero rondan durante toda la noche en busca de alimento. Y la pesada termina: «Mal lo pasa quien con un vago se casa».

La tranquilizo. No seré yo quien se case. Requiere mucho esfuerzo.

Y ella llora porque nunca va a conocer un nieto.

Hace quince días a mi madre se le ocurrió morirse. Me quedé de una pieza. Sin saber qué hacer me vino a la mente la oración que rezaba todas las noches: ¡Ayúdale Señor, a andar derecho!

Y ¡vamos!, sí que anduve derecho. Alquilé los pisos y ahora vivo en este hotel a cuerpo de rey.

 

© Marieta Alonso Más

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