Aquella mañana, Ciudad
Central era un polvorín. Riza
suspiró al encaminarse hacia el cuartel, buscando siempre el abrigo de la
sombra frente al calor incipiente del verano. Faltaban apenas dos días para la
celebración de un nuevo aniversario de Amestris; el tricentésimo sexuagésimo
séptimo, en concreto. El segundo desde que el país había abierto los ojos a una
nueva era.
La joven militar cerró
los ojos y sonrió, pasando sin querer los dedos sobre la silueta de su yugular
izquierda. Aún sentía el calor de sus besos mientras ascendía las escaleras del
renovado edificio.
Habían sido dos años
de trabajo duro; pero, al pasar la mano por el muro de hormigón gris, Riza
Hawkeye se sintió de nuevo como si acabara de irse de Central; como si solo ese
toque pudiese devolverle los tenebrosos recuerdos de aquel fatídico Día
Elegido.
Dos años… ¿De verdad
había pasado tanto tiempo?
Al notar que su
respiración se aceleraba y no solo por lo que suponía el ascenso, la joven se
obligó a no dejar su mente volar mientras pisaba un escalón tras otro. Apenas
hacía un día que los habían convocado en Ciudad Central para los festejos y no
habían tenido un momento de respiro; aunque en Ciudad del Este y en Ishval, Roy
y ella habían podido dar más rienda suelta a sus sentimientos, alejados de la
supervisión de la cúpula superior del ejército, poner un pie en Central había
supuesto una carga extra de trabajo que los había separado desde el minuto uno.
Hacía tiempo que Riza había ascendido a teniente-coronel –por una solicitud
meramente profesional de Mustang, en honor a la verdad–, pero eso también había
supuesto más deberes en su día a día. Algo que, quisiera o no, se hacía aún más
patente al llegar a la capital.
Los pasillos del
cuartel continuaban tan austeros como los recordaba; pero, para bien o para
mal, Riza aún conocía el camino a la zona del alto mando. Las pesadillas sobre
aquella época todavía la perseguían de vez en cuando, en especial cuando
permanecía separada de Roy durante temporadas largas de tiempo. Sin quererlo,
se veía apartada de él a la fuerza con multitud de argumentos diferentes, todos
derivados de sus mayores terrores: que los expulsaran del ejército; que los
ejecutaran por sus crímenes en Ishval o incluso por confraternizar; que Bradley
nunca hubiese muerto y ella fuese su esclava para siempre, mientras que a su
amado le sucedía cualquier desgracia horrible…
La joven sacudió la
cabeza con convicción.
«Qué tontería», se
repetía una y otra vez cuando la asaltaban las dudas y los temores, «nada de
eso va a suceder».
Ambos eran muy
conscientes de lo bueno y de lo malo de su relación. Se habían resignado a un modus operandi y a no hacerse ilusiones;
pero, mientras pudieran llevarlo bien, ¿acaso importaba?
Sin embargo, cuál no
fue su sorpresa al doblar un recodo y ver a dos figuras extrañamente familiares
abrazadas en una posición muy poco inocente.
—¡Teniente Ross!
—exclamó Riza casi sin quererlo, sorprendida.
A lo que la joven
aludida, con sus ojos oscuros brillando de temor y vergüenza al verse
descubierta, saltó hacia atrás y se cuadró casi en un solo movimiento; el
objeto de sus atenciones, por otro lado, mantuvo su cabeza cubierta de cabello
rubio ceniza agachada mientras se situaba medio parapetado tras la teniente
Ross, la mano junto a la frente.
—¡Teniente-coronel!
¡Lo siento! —se disculpó Ross con evidente vergüenza—. ¡No sabíamos que estaba
usted aquí!
Su superior, por otro
lado, se encontraba tan en shock que,
por un segundo, no supo qué más decir; en cambio, de inmediato empezó a
sacudirse con tal ataque de risa que sus dos subordinados no supieron si
aquello era bueno o malo para ellos.
—¿Teniente-coronel
Hawkeye? —se atrevíó a preguntar Denny, cauto—. Esto…
—Ay —se enjugó aquella
las lágrimas de risa, tratando por todos los medios de recuperar la seriedad—.
Pero, por amor de Dios, ¿se puede saber qué estáis haciendo?
—Eh… pues… —intentó
responder Denny, pillado en falso.
Por suerte, la
teniente Ross tenía bastante más desparpajo; de ahí que, tras recuperar la
entereza, saliese al paso con naturalidad.
—¡Eh, anímese,
teniente-coronel Hawkeye! —sonrió—. El sargento Brosh y yo… Bueno —Cohibida, se
pasó una mano por el corto cabello negro— solo estamos celebrando lo mucho que
nos queremos en un día tan especial como este.
—¿Especial? ¿Qué
quieres decir? —sonrió Riza, divertida—. El aniversario no es hasta pasado
mañana —acto seguido, se hizo un extraño silencio entre los tres, al tiempo que
Maria y Denny cruzaban una mirada de incomprensión—. ¿Qué ocurre, teniente?
—preguntó entonces Riza, al tiempo que un extraño cosquilleo recorría su espina
dorsal.
Maria y Denny habían
optado por quedarse en Central después de la caída de Bradley, por lo que los
había visto en contadas ocasiones. Pero debía admitir que encontrarlos tan
acaramelados había roto todos sus esquemas. Sobre todo, porque si eso se
permitía en Central, ¿entonces…?
—¿Cómo…? ¿No se ha
enterado? —quiso saber entonces Maria Ross con cautela, algo que devolvió de
golpe a una confundida Riza a la realidad.
—Enterarme… ¿de qué?
—preguntó en voz baja.
Tras intercambiar otra
mirada indefinida con Maria y al recibir su aprobación mediante un breve
asentimiento, un cabizbajo Denny Brosh tendió algo a la teniente coronel que
hasta ese momento había permanecido oculto tras su espalda.
Hawkeye frunció el
ceño, extrañada, antes de desplegar el manoseado periódico matutino. «¿Por
cuántas manos habrá pasado ya?», se preguntó, cada vez más confundida. «Y, ¿por
qué?»
La portada, a simple
vista, no mostraba nada fuera de lo esperado. Un titular enorme anunciaba a bombo
y platillo las actividades que estaban teniendo lugar y las que se
desarrollarían durante toda la semana: antes, durante y después del gran
aniversario. Riza hizo ademán de hojear el ejemplar, sin saber exactamente qué
debía llamarle la atención.
Pero entonces, justo
cuando sus dos interlocutores casi habían perdido del todo la esperanza de que
lo descubriera, una sola línea, remarcada en negrita en la esquina inferior
derecha de la página frontal hizo frenar a Riza con el corazón acelerado.
Despacio, volteó de nuevo el periódico hasta tenerlo cerrado frente a sí, abrió
mucho los ojos y se obligó a seguir respirando con normalidad cuando terminó de
leer el titular.
“Anuncio de Aniversario: Grumman deroga por sorpresa la
prohibición de matrimonio entre militares”.
Jadeando sin poder
evitarlo y sintiendo la cabeza dar vueltas, la teniente coronel dejó caer el
periódico de entre sus dedos mientras se apoyaba en la pared, buscando
recuperar la serenidad sin conseguirlo. Las palabras seguían girando en su mente.
Derogada. Prohibición. Aniversario.
«Grumman», repitió en
su mente, sin aparente lógica. Pero, ¿cómo era posible…? Y, ¿por qué tan de
repente? Riza tembló sin quererlo.
¿Lo habían sabido todo aquel tiempo?
«No seas idiota», se
recriminó para sus adentros. «No eres el centro del universo, ni Roy tampoco».
Además, Grumman le
tenía aprecio al nuevo general, pero creían haber sido lo suficientemente
discretos… ¿Se habían equivocado en algo?
—¡Teniente-coronel!
—Riza, pálida como una sábana, a duras penas consiguió levantar la barbilla y
enfocar a la persona que trataba de ayudarla a mantener el equilibrio—. ¿Está
bien?
«Maria», logró atinar,
con la mente aún embotada en un remolino de confusas emociones. «Pero…»
¿Quizá era por ellos?
Riza tragó saliva y jadeó sin quererlo al caer en la cuenta de algo: ¿cuántas
parejas clandestinas, como la suya propia, podía haber en el ejército? ¿Cuántas
se habían dado a lo largo de aquellos cinco siglos? La joven inspiró hondo,
tratando de pensar con claridad. Claro, ¿cómo podía haber sido tan
rematadamente idiota y egocéntrica de pensar que ella era el único caso de la
historia militar de Amestris?
—¡Teniente-coronel!
¿Necesita que avisemos a alguien? —se agobió Denny, mirando en todas
direcciones como si así pudiese invocar la ayuda de la nada. Para bien o para
mal, en esos minutos el corredor se mantuvo desierto a excepción de ellos
tres—. El doctor Marcoh quizá…
—No —zanjó Riza de
inmediato, incorporándose. Con cuidado, se masajeó las sienes y abrió despacio
los ojos, comprobando que el mareo remitía sin problema—. Solo necesito hablar
con el general Mustang. ¿Sabéis si está aquí?
Sus alarmas se
dispararon cuando vio cómo Maria y Denny negaban con la cabeza.
—No, señora —repuso
Ross con sencillez—. No ha pasado por aquí en toda la mañana.
Hawkeye, aunque
nerviosa como una colegiala por dentro, aceptó aquella respuesta e invitó a los
dos subordinados a romper filas, algo que hicieron casi a la carrera. Pero Riza
ya no les prestaba atención. Sabía que, para aquella mañana, mientras él se
encargaba de otros asuntos, Roy le había encargado de parte de Grumman que se
hiciera cargo de unos preparativos para el desfile en el sector ocho y había
acudido temprano, casi antes de que él se levantase. Para ser militar, era
sorprendente lo capaz que era de dormir a pierna suelta si se lo proponía…
Pero lo que de verdad
escamaba a Riza era que él no hubiese aparecido aún por el cuartel. Y Grumman
comprobó con rapidez que tampoco se encontraba por las inmediaciones. Rendida,
suspiró.
«En fin, solo me queda
la montaña de papeleo que seguro me espera en el despacho».
Iba a ser una mañana
muy larga...
© Paula de Vera García
(Historia en 3 capítulos inspirada en Roy Mustang y Riza
Hawkeye, “Full Metal Alchemist: Brotherhood”. Imagen: Roy-x-Riza-Club)
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