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viernes, 11 de septiembre de 2020

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Noviembre

Día de todos los Santos, pintado por Fra Angelico


«Pidamos al Señor perdón por todos nuestros pecados y pidamos también por todos nuestros difuntos…», decía el cura en la misa que se celebraba en el cementerio el día de Todos los Santos. En el centro, junto a unos cuantos cipreses, se había improvisado el altar. Era por la tarde y pronto se pondría el sol, el mismo que iluminaba las tumbas de mármol blanco, negro y de granito y hacia brillar los ramos de crisantemos que habían dejado sobre ellas.

Hablaban de perdón Martita, que está en la edad del pavo y su prima Rosi:

─Tú perdonarías a alguien que te ha hecho mucho mal ─decía Martita.

─Según ─le contesta Rosi, si es mucho el mal que me han hecho igual no puedo perdonar.

─Pero si tú no perdonas no te perdona Dios.

─Anda, tonta, Dios te perdona siempre si rezas y te arrepientes.

También el herrero y el sastre hablaban de perdón.

─Yo ni robo ni mato ─decía el sastre, ¿De qué tengo que pedir perdón?

─Todos somos pecadores ─contestó el herrero con sorna.

─ Unos más que otros ─Terció Julito, que pasaba por allí.

Entonces, la casulla del cura empezó a moverse lo mismo que la sabanilla del altar improvisado. Cayeron las velas encendidas, que el monaguillo se apresuró a apagar. Movía el viento los cipreses del cementerio y volcaba las macetas de crisantemos. Las flores de papel salieron volando, como cometas de colores, las faldas de niñas y mujeres se subían a la cintura, a pesar de los esfuerzos de sus dueñas para bajarlas. Empezó a llover y arreció el viento. Algunos aguantaron estoicos el chaparrón, otros se refugiaron en el tanatorio, que estaba abierto. Era un sitio frio y destartalado con una especie de mesa de cemento donde se practicaban las autopsias, cuando alguien moría de muerte violenta o se suicidaba. Una Virgen Dolorosa en una hornacina presidía la estancia. Con el pelo mojado y poco asustadas las mujeres empezaron a cantar el «Perdona tu pueblo Señor…». Un trueno horroroso se oyó a lo lejos y, al mismo tiempo, se apagó la luz. Se hizo el silencio, alguien propuso rezar un rosario y, Vicentita, que había sido monja, empezó a rezar con voz temblorosa.  

A medida que se repetían las avemarías la tormenta se alejaba. Luego, salió el arco iris y alguien dijo: «Es el símbolo del perdón de Dios». Fueron saliendo todos poco a poco, comentando las incidencias y abriendo los paraguas. El sol se puso, al fin, y todos regresaron a sus casas.

© Socorro González-Sepúlveda Romeral

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