Si
llega la destrucción... quiero ver el futuro.
Yo
no- pensé -prefiero mirar al pasado.
Los
ríos fluían con sus aguas cristalinas,
los
inviernos se cubrían de extensas nevadas,
y
las puertas de las aldeas permanecían entreabiertas.
Un
mundo distópico avanza sobre nosotros,
con
montañas de chatarra metálica en los trópicos,
mareas
de plásticos envolviendo los corales,
asfixiados
ya por el calentamiento de sus aguas marginales.
Escojo
los difíciles diálogos de las luciérnagas en la noche,
traspasadas
por ráfagas fluorescentes durante el vuelo de las hembras,
la
negra oscuridad solo rota por la luz de las estrellas,
la
luna mostrando hoy su cara más extraña,
y
el inerte silencio de la roca en sus cráteres de montaña.
Un
mañana apocalíptico se perfila en la frontera de los tiempos,
gases
tóxicos vuelan como puntas de lanzas envenenadas,
desiertos
de arena y piedras ganando terreno a las praderas,
aguas
en la vertiente sur y norte del planeta, ya contaminadas,
el
Ártico en el fondo de una página en blanco abandonada.
Anhelo
un
mundo sin mascarillas en las estaciones de los metros,
una
avenida sin polución en los áticos de sus rascacielos,
un
antídoto contra el virus más mortífero del planeta,
un
estado de bienestar sostenible sin letra pequeña,
un
acuerdo planetario que erradique la pobreza.
Finalmente
me quedo observando el anidado canto de las alondras.
Un
sonido continuado y rápido encadena los trinos del paseriforme
que
elige la claridad de la mañana,
para
alzar su vuelo en un largo viaje migratorio.
©
Sol Cerrato Rubio
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