LE BAL D’HIER
Marieta Alonso
Le ciel
pleurait. Nous ne pourrons pas aller au parc, dit grand-mère. Les enfants se
regardèrent les uns les autres avec malice, et ils arrivèrent à la convaincre
qu’avec les imperméables, les bottes en caoutchouc et les masques on ne se
mouillerait pas. On verra bien, dit-elle en allant s’habiller.
Dans la rue des flaques de différentes
dimensions rêvaient de devenir des lagunes, les lagunes des rivières, et les
rivières la mer. On n’est jamais heureux
avec ce que l’on a. C’est ce qu’elle avait appris de la vie.
Elle marchait sur le trottoir avec sa canne, et les enfants pataugeant sur la
route, ils arrivèrent à destination. Elle chercha des yeux le mendiant, qui
jouait de la flûte, caché dans les arcades de la Grande Place. Sa musique était
gaie et invitait à danser.
Chaque fois qu’elle l’entendait, ses pieds
suivaient les notes. Son corps n’était plus celui d’avant, en revanche, son
esprit semblait avoir vingt ans lustrés, avec la même envie de vivre, de rêver,
de jouer avec l’amour. Elle se souvint de la fois où elle sentit une main
légère dans son dos et qu’elle s’envola dans les airs qui firent se déployer la
jupe. Elle montra quelque chose de plus que le nécessaire. Cela ne dura qu’un
instant, heureusement; si cela avait duré une éternité, les commérages
continueraient encore à résonner. Elle n’oublia jamais cette valse de
l’Empereur, Ha, Strauss! Quel chatouillement!
C’était l’époque où elle n’avait pas besoin de soutien-gorge. Les décolletés de
ses vêtements restaient fermes, insinuants, séduisants, et attiraient tous les
regards.
Un cri puéril l’a tira de son rêve:
Grand-mère! Réveille-toi! Mon frère n’arrête
pas de sauter dans les flaques et il me mouille avec l’eau sale.
Traducida con mucho cariño:
María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa.
Un millón de gracias María.
El baile de ayer
Marieta Alonso
El cielo amaneció llorando. No podremos ir al parque,
pronosticó la abuela. Los chicos se miraron entre ellos con picardía, y la
convencieron que entre los chubasqueros, las botas de agua y las mascarillas no
se mojarían. Ya veremos, respondió y se fue a vestir.
En la calle charcos de distintos tamaños soñaban con
llegar a ser lagunas, las lagunas con ser ríos, y los ríos con la mar. Nunca se
está contento con lo que se es. Eso lo aprendió de la vida.
Ella, por la acera con su bastón, y los niños
chapoteando por la calzada llegaron a su destino. Se entretuvo en buscar al
mendigo, que tocaba la flauta, resguardado en los soportales de la plaza Mayor.
Su tonadilla era alegre, invitaba a bailar.
Cada vez que lo oía, se le iban los pies tras las
notas. Su cuerpo ya no era el de antes, en cambio, su mente parecía tener
veinte lustrosos años, con las mismas ansias de vivir, de soñar, de juguetear
con el amor. Recordó aquella vez que sintió una mano ligeramente ahuecada en la
espalda y voló por los aires en una floritura que hizo que la falda se
desplegara. Enseñó algo más de lo debido. Solo duró un instante, menos mal, si
hubiese durado una eternidad las habladurías seguirían sonando. Nunca olvidó
aquel vals del Emperador, ¡Ay, Strauss! ¡Qué cosquilleo!
Eran tiempos en que no tenía necesidad de usar
sujetador. Los escotes de sus vestidos se mantenían firmes, insinuantes,
seductores, mientras atraían todas las miradas.
Un grito infantil la sacó del ensueño:
¡Abuela! ¡Despierta! Mi hermano no para de saltar en los charcos y me
salpica con el agua sucia.
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