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viernes, 1 de octubre de 2021

Amantes de mis cuentos: La magia en cada rincón

 


 

La prima Gisel sentía pasión por las flores. A sus veintitrés años, yendo del brazo de su padre hacia el altar, la felicidad le brotaba por los ojos y enseñaba a sus amigas el precioso buqué de margaritas que le habían regalado. Ya habían dicho el sí quiero, y ¡de pronto! se oyeron gritos y detonaciones.

Sintió que su desconcertado marido la tiraba al suelo y se le echaba encima para protegerla. Fue la única superviviente de aquella masacre. Cuando todo se volvió silencio, y antes de que llegara la policía, desanduvo el pasillo con el vestido blanco manchado de sangre, abrazada al ramo de novia.

Llegó a la solitaria casa de su niñez, puso el ramillete en un búcaro de cerámica achaparrado, partió una pastilla de aspirina por la mitad y echándola en el agua, se sentó a esperar no sabía qué. 

Los años fueron pasando uno detrás de otro hasta diez y cada mañana al despertar sonreía a sus margaritas, asombro de todos por seguir tan frescas y lozanas. Les daba los buenos días, las salpicaba con agua y comenzaba la rutina.

Hasta que una mañana, al entrar por la puerta del instituto donde impartía clases, tropezó con un hombre de aire despistado, un nuevo profesor. Poco a poco la fue camelando con flores, agasajándola con chocolate, otra de sus debilidades, y así fue calando en su corazón.

La boda se celebró en la intimidad y tras el banquete regresaron al hogar.  A pesar de la quietud había algo extraño en el ambiente. Se dirigió al dormitorio. Las margaritas habían huido y solo un pétalo esperaba sobre la mesa, que al verla voló hacia ella. Se le posó en los labios y desapareció.

 

© Marieta Alonso Más

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