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lunes, 1 de noviembre de 2021

Amantes de mis cuentos: El baile del ayer

 



El cielo amaneció llorando. No podremos ir al parque, pronosticó la abuela. Los chicos se miraron entre ellos con picardía, y la convencieron que entre los chubasqueros, las botas de agua y las mascarillas no se mojarían. Ya veremos, respondió y se fue a vestir.

En la calle charcos de distintos tamaños soñaban con llegar a ser lagunas, las lagunas con ser ríos, y los ríos con la mar. Nunca se está contento con lo que se es. Eso lo aprendió de la vida.

Ella, por la acera con su bastón, y los niños chapoteando por la calzada llegaron a su destino. Se entretuvo en buscar al mendigo, que tocaba la flauta, resguardado en los soportales de la plaza Mayor. Su tonadilla era alegre, invitaba a bailar.   

Cada vez que lo oía, se le iban los pies tras las notas. Su cuerpo ya no era el de antes, en cambio, su mente parecía tener veinte lustrosos años, con las mismas ansias de vivir, de soñar, de juguetear con el amor. Recordó aquella vez que sintió una mano ligeramente ahuecada en la espalda y voló por los aires en una floritura que hizo que la falda se desplegara. Enseñó algo más de lo debido. Solo duró un instante, menos mal, si hubiese durado una eternidad las habladurías seguirían sonando. Nunca olvidó aquel vals del Emperador, ¡Ay, Strauss! ¡Qué cosquilleo!

Eran tiempos en que no tenía necesidad de usar sujetador. Los escotes de sus vestidos se mantenían firmes, insinuantes, seductores, mientras atraían todas las miradas.

Un grito infantil la sacó del ensueño:

¡Abuela! ¡Despierta! Mi hermano no para de saltar en los charcos y me salpica con el agua sucia.  

 

© Marieta Alonso Más

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