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jueves, 17 de febrero de 2022

Paula de Vera García: El mejor deseo (Amelia & Zelgadis) - Parte 1

 


 

Aquella noche, Amelia Seyruun caminaba despacio en dirección a sus aposentos en el palacio real. Al otro lado de los grandes ventanales, situados a ambos lados del corredor en penumbra, la joven princesa podía contemplar la capital dormida bajo la tenue luz de la luna creciente. Su claridad siempre era reconfortante, recordando a los habitantes de Seyruun que la luz del bien y la justicia siempre estaría con ellos y que podían dormir en paz mientras la familia real defendiese el reino.

De hecho, a partir de aquella noche, Amelia se había convertido oficialmente en la segunda en la línea de sucesión. La fiesta de su dieciséis cumpleaños había sido una celebración por todo lo alto. Por supuesto, para el orgulloso príncipe regente y progenitor de la muchacha, Phylionel, cualquier detalle se quedaba corto para poner en gloria a su hija menor. Para bien o para mal, por esta vez no se había hecho apenas mención a su reciente pasado como aventurera y heroína del bien, salvo para destacar su eterno compromiso de defensa de Seyruun.

Sin embargo, Amelia sentía desde hacía tiempo que su reino, siendo extenso, se le hacía un poco más pequeño con el paso de los días y las semanas; puesto que su alma y su corazón estaban lejos de aquellos muros prístinos y decorados con terciopelos y sedas. Además, cumplir los dieciséis también suponía que, por mandato real, ahora debería encontrar un príncipe que se casara con ella. Y una Amelia que de niña hubiese soñado con ese instante a cada rato, ahora detestaba la idea con todas sus fuerzas. Si tan sólo pudiese “elegir” de verdad… Pero también sabía que esa opción estaba muy lejos de sus posibilidades.

Cuando por fin alcanzó la puerta de su alcoba, tras subir los tres enormes tramos de escalinata que conducían a la misma, Amelia Seyruun suspiró con hondura antes de decidirse a echar la mano libre al picaporte. La otra, por precaución para evitar una caída aparatosa, seguía aferrada con firme delicadeza al tul rosa de la enorme falda de su vestido. Pero ambas palmas aterrizaron sobre los labios de la princesa apenas un segundo después, sobre todo para ahogar un grito de aterrada sorpresa al ver aquella silueta recortada frente a la puerta abierta del balcón lateral de la estancia. Aun en los casi siete metros de distancia que los separaban, Amelia sabía que jamás podría confundir aquella figura con ninguna otra.

Cuando la puerta se cerró con apenas un crujido a su espalda, Zelgadis Greywords giró lentamente hacia la princesa y la encaró desde la penumbra. Aunque Amelia no podía verle los ojos ni los detalles del rostro, eso no hizo que su corazón latiera con menos fuerza ni que fuese siquiera capaz de mover un músculo. Durante varios segundos que se hicieron eternos, los dos jóvenes sólo se miraron en la distancia del dormitorio, sin atreverse ninguno a dar el primer paso. ¿Cuántos meses habían pasado ya desde su último encuentro? No obstante, pasado ese lapso, Amelia se obligó a inspirar aire de nuevo y ordenar sus ideas, obligando despacio al oxígeno a alcanzar de nuevo su cerebro y los músculos de su garganta.

―Zel… ―fue lo único que atinó a vocalizar, a pesar de todo, sin perder de vista su lejana silueta recortada en la noche―. ¿Eres…? ¿Es…?

De repente, quería preguntarle tantas cosas: si de verdad era él, si no estaba soñando, cuál era su motivo para estar ahí… Sin embargo, por alguna extraña razón había algo en ella se negaba a expresarlo en voz alta. Lo había extrañado tanto durante ese tiempo y había llorado durante tantas noches por su decisión de irse a seguir buscando la solución a su “problema”. No se había dado cuenta de que, fuera como fuese, a Amelia aquello no le importaba. Pero la joven no había tenido valor para retenerlo cuando todo acabó, cuando Seyruun fue liberado de la amenaza de Zuuma y la resurrección de Rezo.

«Pero ¿por qué ahora…?»

Como si le leyese la mente, Zel dejó oír su voz en ese instante y la princesa casi intuyó su media sonrisa en las sombras.

―Hola, Amelia. Ha pasado mucho tiempo.

Conteniendo a duras penas un repentino impulso de lanzarse hacia delante y correr a abrazarlo sólo con escuchar su voz, la princesa de Seyruun sacudió la cabeza para obligarse a pensar por enésima vez.

―Zel ―lo saludó de vuelta, con algo más de serenidad de la esperada―. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has entrado?

La sombra frente a la ventana ladeó la cabeza en aire intrigado.

― ¿No te alegras de verme?

Fue apenas un susurro, aunque la joven lo escuchó a la perfección. Amelia tragó saliva mientras todo su cuerpo se estremecía. ¿Cómo podía preguntarle algo así?

―No es eso ―repuso, en cambio, camuflando sus sensaciones bajo una falsa y regia apariencia―. Pero no creo que sea lo más honorable colarse en la habitación de una dama en medio de la noche para no dar ninguna explicación ―contraatacó sin violencia―. ¿No crees?

Para su sorpresa, Zel no contestó enseguida. De hecho, su primera respuesta a su demanda fue bajar la cabeza con levedad y soltar una risita no exenta de disculpa.

―Lo siento si te he asustado ―aseguró, dando dos pasos cautelosos hacia el interior del dormitorio. Casi sin ser consciente de lo que hacía, Amelia lo imitó―. Pero… reconozco que no me parecía lo más apropiado adentrarme por las puertas del palacio de un próspero reino para hablar con la princesa.

―Pero… ¿qué tonterías dices? ―se escandalizó entonces Amelia, ya sin ocultar casi por más tiempo la honda emoción que todo aquello le estaba provocando―. Eres mi amigo, uno de mis mejores amigos ―puntualizó, tragándose con esfuerzo y a tiempo lo que realmente albergaba su corazón―. Estoy segura de que ni mi padre ni la guardia te hubiesen puesto problema alguno para venir a verme…

Zelgadis suspiró, para su mayor confusión. Ambos sabían que lo que ella decía era cierto. ¿A qué venía tanta reticencia? Pero, cuando el joven retiró el embozo que solía llevar por costumbre y giró el rostro hacia la ventana, de tal forma que la luna iluminó sus rasgos aún rugosos por la piedra, Amelia lo entendió. La princesa se irguió de golpe al verlo casi como por reflejo, los ojos como platos, pero no dijo nada.

―Lo dicho ―agregó Zelgadis entonces en voz baja―. No creo que una quimera paseándose por los corredores del palacio real de Seyruun sea lo que más conviene a la reputación de tu padre.

Amelia tragó saliva y sacudió la cabeza de nuevo, con el corazón al galope.

―Pero… ¡Eso da igual, Zelgadis! ¿No lo entiendes? aseguró, alzando la voz sin poder remediarlo―. A mí me da igual y sé que eso tampoco sería un impedimento para que nos viésemos. Tú eres…

La princesa calló de golpe, asustada en un instante de que su lengua la traicionase y diese un paso más allá. Pero todas sus barreras se derrumbaron cuando él pronunció, todavía más cerca de su rostro:

―Te he echado de menos, Amelia.

La aludida sintió entonces cómo las lágrimas ascendían a sus ojos sin que pudiese evitarlo. Al mismo tiempo, su rostro se elevó unos centímetros para encarar dos ojos de jade que la observaban a apenas cinco centímetros de distancia. Cuando el dedo de él se apoyó con suavidad bajo su barbilla, la princesa de Seyruun no pudo resistir más el impulso de refugiarse en el abrazo pétreo de su antaño compañero de aventuras.

―Zel… ―suspiró entonces, contra su cuello de quimera―. No sabes lo que me alegro de que estés aquí…

Él entonces hizo algo que no había hecho casi nunca: le acarició el pelo durante un breve segundo, tan escaso que Amelia casi creyó que se lo había imaginado, antes de separarse de ella apoyándole las manos en los hombros y observarla aún en la penumbra.

―No puedo quedarme mucho tiempo ―reconoció él entonces, para desencanto de la joven―. Pero tenía que decirte que… ―Zel pareció dudar un instante. De hecho, su voz salió un poco más ronca que antes cuando pronunció―. He encontrado la solución, Amelia.

La joven abrió unos ojos como platos, comprendiendo sin esfuerzo y deseando con toda su alma que fuese lo que ella creía.

― ¿En…? ¿En serio? Y ¿cuál es? ¿Puedo ayudarte en algo?

Para su desencanto inicial, Zel sacudió la cabeza sin violencia.

―No, pero quería que fueses la primera en saberlo. ―La joven sintió su corazón aletear con cariño al escuchar aquello. Pero, justo después, Zelgadis hizo algo que Amelia no esperaba. Se inclinó despacio hasta rozar los labios con los suyos. A pesar de la rugosidad de su piel, Amelia no lo pensó dos veces antes de devolverle el gesto sin contención. Pero el beso duró apenas un suspiro antes de que Zel se apartase de nuevo de la nerviosa princesa―. Volveré a buscarte, Amelia Seyruun. Te prometo que lo haré ―juró él entonces―. No te abandonaré.

La princesa, que se había quedado más rígida de la sorpresa si cabía ante aquella declaración, apenas atinó a responder en un susurro:

―Zel…

Pero antes de que pudiese decir nada más, él hizo un pase sobre su rostro y pronunció dos palabras:

“Sleep magic”.

Ante aquello, Amelia no tuvo tiempo de alzar una barrera ni defenderse de ninguna forma de ese hechizo de sueño que conocía a la perfección. Antes de que pudiera darse cuenta, sus ojos se cerraron y su cuerpo comenzó a caer en la oscuridad. No obstante, un único pensamiento ocupó su mente mientras el sueño se apoderaba de ella. Rezando, al mismo tiempo, que su última promesa fuese real:

―Zel. No te vayas…

 

Historia inspirada en Amelia y Zelgadis, personajes de la serie “Slayers” de anime

Imagen: Zelgadis, pantallazo de la serie Slayers

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