Aquella
noche, Amelia Seyruun caminaba despacio en dirección a sus aposentos en el
palacio real. Al otro lado de los grandes ventanales, situados a ambos lados
del corredor en penumbra, la joven princesa podía contemplar la capital dormida
bajo la tenue luz de la luna creciente. Su claridad siempre era reconfortante,
recordando a los habitantes de Seyruun que la luz del bien y la justicia
siempre estaría con ellos y que podían dormir en paz mientras la familia real
defendiese el reino.
De
hecho, a partir de aquella noche, Amelia se había convertido oficialmente en la
segunda en la línea de sucesión. La fiesta de su dieciséis cumpleaños había
sido una celebración por todo lo alto. Por supuesto, para el orgulloso príncipe
regente y progenitor de la muchacha, Phylionel, cualquier detalle se quedaba
corto para poner en gloria a su hija menor. Para bien o para mal, por esta vez
no se había hecho apenas mención a su reciente pasado como aventurera y heroína
del bien, salvo para destacar su eterno compromiso de defensa de Seyruun.
Sin
embargo, Amelia sentía desde hacía tiempo que su reino, siendo extenso, se le
hacía un poco más pequeño con el paso de los días y las semanas; puesto que su
alma y su corazón estaban lejos de aquellos muros prístinos y decorados con
terciopelos y sedas. Además, cumplir los dieciséis también suponía que, por
mandato real, ahora debería encontrar un príncipe que se casara con ella. Y una
Amelia que de niña hubiese soñado con ese instante a cada rato, ahora detestaba
la idea con todas sus fuerzas. Si tan sólo pudiese “elegir” de verdad… Pero
también sabía que esa opción estaba muy lejos de sus posibilidades.
Cuando
por fin alcanzó la puerta de su alcoba, tras subir los tres enormes tramos de
escalinata que conducían a la misma, Amelia Seyruun suspiró con hondura antes
de decidirse a echar la mano libre al picaporte. La otra, por precaución para
evitar una caída aparatosa, seguía aferrada con firme delicadeza al tul rosa de
la enorme falda de su vestido. Pero ambas palmas aterrizaron sobre los labios
de la princesa apenas un segundo después, sobre todo para ahogar un grito de aterrada
sorpresa al ver aquella silueta recortada frente a la puerta abierta del balcón
lateral de la estancia. Aun en los casi siete metros de distancia que los
separaban, Amelia sabía que jamás podría confundir aquella figura con ninguna
otra.
Cuando
la puerta se cerró con apenas un crujido a su espalda, Zelgadis Greywords giró
lentamente hacia la princesa y la encaró desde la penumbra. Aunque Amelia no
podía verle los ojos ni los detalles del rostro, eso no hizo que su corazón
latiera con menos fuerza ni que fuese siquiera capaz de mover un músculo.
Durante varios segundos que se hicieron eternos, los dos jóvenes sólo se
miraron en la distancia del dormitorio, sin atreverse ninguno a dar el primer
paso. ¿Cuántos meses habían pasado ya desde su último encuentro? No obstante, pasado
ese lapso, Amelia se obligó a inspirar aire de nuevo y ordenar sus ideas,
obligando despacio al oxígeno a alcanzar de nuevo su cerebro y los músculos de
su garganta.
―Zel…
―fue lo único que atinó a vocalizar, a pesar de todo, sin perder de vista su
lejana silueta recortada en la noche―. ¿Eres…? ¿Es…?
De
repente, quería preguntarle tantas cosas: si de verdad era él, si no estaba
soñando, cuál era su motivo para estar ahí… Sin embargo, por alguna extraña
razón había algo en ella se negaba a expresarlo en voz alta. Lo había extrañado
tanto durante ese tiempo y había llorado durante tantas noches por su decisión
de irse a seguir buscando la solución a su “problema”. No se había dado cuenta
de que, fuera como fuese, a Amelia aquello no le importaba. Pero la joven no había
tenido valor para retenerlo cuando todo acabó, cuando Seyruun fue liberado de
la amenaza de Zuuma y la resurrección de Rezo.
«Pero
¿por qué ahora…?»
Como
si le leyese la mente, Zel dejó oír su voz en ese instante y la princesa casi
intuyó su media sonrisa en las sombras.
―Hola,
Amelia. Ha pasado mucho tiempo.
Conteniendo
a duras penas un repentino impulso de lanzarse hacia delante y correr a
abrazarlo sólo con escuchar su voz, la princesa de Seyruun sacudió la cabeza
para obligarse a pensar por enésima vez.
―Zel
―lo saludó de vuelta, con algo más de serenidad de la esperada―. ¿Qué estás
haciendo aquí? ¿Cómo has entrado?
La
sombra frente a la ventana ladeó la cabeza en aire intrigado.
―
¿No te alegras de verme?
Fue
apenas un susurro, aunque la joven lo escuchó a la perfección. Amelia tragó
saliva mientras todo su cuerpo se estremecía. ¿Cómo podía preguntarle algo así?
―No
es eso ―repuso, en cambio, camuflando sus sensaciones bajo una falsa y regia
apariencia―. Pero no creo que sea lo más honorable colarse en la habitación de
una dama en medio de la noche para no dar ninguna explicación ―contraatacó sin
violencia―. ¿No crees?
Para
su sorpresa, Zel no contestó enseguida. De hecho, su primera respuesta a su
demanda fue bajar la cabeza con levedad y soltar una risita no exenta de
disculpa.
―Lo
siento si te he asustado ―aseguró, dando dos pasos cautelosos hacia el interior
del dormitorio. Casi sin ser consciente de lo que hacía, Amelia lo imitó―.
Pero… reconozco que no me parecía lo más apropiado adentrarme por las puertas
del palacio de un próspero reino para hablar con la princesa.
―Pero…
¿qué tonterías dices? ―se escandalizó entonces Amelia, ya sin ocultar casi por
más tiempo la honda emoción que todo aquello le estaba provocando―. Eres mi
amigo, uno de mis mejores amigos ―puntualizó, tragándose con esfuerzo y a
tiempo lo que realmente albergaba su corazón―. Estoy segura de que ni mi padre
ni la guardia te hubiesen puesto problema alguno para venir a verme…
Zelgadis
suspiró, para su mayor confusión. Ambos sabían que lo que ella decía era
cierto. ¿A qué venía tanta reticencia? Pero, cuando el joven retiró el embozo
que solía llevar por costumbre y giró el rostro hacia la ventana, de tal forma
que la luna iluminó sus rasgos aún rugosos por la piedra, Amelia lo entendió. La
princesa se irguió de golpe al verlo casi como por reflejo, los ojos como
platos, pero no dijo nada.
―Lo
dicho ―agregó Zelgadis entonces en voz baja―. No creo que una quimera
paseándose por los corredores del palacio real de Seyruun sea lo que más
conviene a la reputación de tu padre.
Amelia
tragó saliva y sacudió la cabeza de nuevo, con el corazón al galope.
―Pero…
¡Eso da igual, Zelgadis! ¿No lo entiendes? aseguró, alzando la voz sin poder
remediarlo―. A mí me da igual y sé que eso tampoco sería un impedimento para
que nos viésemos. Tú eres…
La
princesa calló de golpe, asustada en un instante de que su lengua la
traicionase y diese un paso más allá. Pero todas sus barreras se derrumbaron
cuando él pronunció, todavía más cerca de su rostro:
―Te
he echado de menos, Amelia.
La
aludida sintió entonces cómo las lágrimas ascendían a sus ojos sin que pudiese
evitarlo. Al mismo tiempo, su rostro se elevó unos centímetros para encarar dos
ojos de jade que la observaban a apenas cinco centímetros de distancia. Cuando
el dedo de él se apoyó con suavidad bajo su barbilla, la princesa de Seyruun no
pudo resistir más el impulso de refugiarse en el abrazo pétreo de su antaño
compañero de aventuras.
―Zel…
―suspiró entonces, contra su cuello de quimera―. No sabes lo que me alegro de
que estés aquí…
Él
entonces hizo algo que no había hecho casi nunca: le acarició el pelo durante
un breve segundo, tan escaso que Amelia casi creyó que se lo había imaginado,
antes de separarse de ella apoyándole las manos en los hombros y observarla aún
en la penumbra.
―No
puedo quedarme mucho tiempo ―reconoció él entonces, para desencanto de la
joven―. Pero tenía que decirte que… ―Zel pareció dudar un instante. De hecho,
su voz salió un poco más ronca que antes cuando pronunció―. He encontrado la
solución, Amelia.
La
joven abrió unos ojos como platos, comprendiendo sin esfuerzo y deseando con
toda su alma que fuese lo que ella creía.
―
¿En…? ¿En serio? Y ¿cuál es? ¿Puedo ayudarte en algo?
Para
su desencanto inicial, Zel sacudió la cabeza sin violencia.
―No,
pero quería que fueses la primera en saberlo. ―La joven sintió su corazón
aletear con cariño al escuchar aquello. Pero, justo después, Zelgadis hizo algo
que Amelia no esperaba. Se inclinó despacio hasta rozar los labios con los suyos.
A pesar de la rugosidad de su piel, Amelia no lo pensó dos veces antes de
devolverle el gesto sin contención. Pero el beso duró apenas un suspiro antes
de que Zel se apartase de nuevo de la nerviosa princesa―. Volveré a buscarte,
Amelia Seyruun. Te prometo que lo haré ―juró él entonces―. No te abandonaré.
La
princesa, que se había quedado más rígida de la sorpresa si cabía ante aquella
declaración, apenas atinó a responder en un susurro:
―Zel…
Pero
antes de que pudiese decir nada más, él hizo un pase sobre su rostro y
pronunció dos palabras:
“Sleep magic”.
Ante
aquello, Amelia no tuvo tiempo de alzar una barrera ni defenderse de ninguna
forma de ese hechizo de sueño que conocía a la perfección. Antes de que pudiera
darse cuenta, sus ojos se cerraron y su cuerpo comenzó a caer en la oscuridad.
No obstante, un único pensamiento ocupó su mente mientras el sueño se apoderaba
de ella. Rezando, al mismo tiempo, que su última promesa fuese real:
―Zel.
No te vayas…
Historia inspirada en Amelia y Zelgadis, personajes de la
serie “Slayers” de anime
Imagen: Zelgadis, pantallazo de la serie Slayers
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