La
taberna del Toro Negro de Maderiva estaba a reventar aquella noche cuando
Andrea Ironsoul se adentró en el enorme establecimiento. El destacamento había
decidido acampar en una zona cercana a los acantilados que quedaban al este de
la villa, sobre las olas rompientes de la Costa de la Parca. Pero Andrea, a
pesar de la camaradería y de haber encontrado en aquellos compañeros -y
seguidores, según el caso- una nueva familia con la que curar su soledad,
sentía que había algo que tiraba de ella hacia Maderiva sin poder evitarlo.
Aunque hubieran pasado ya dos años desde aquello… Ahora, Rivellon era un lugar
en paz, donde todos aquellos sensibles a la Fuente podían ser iguales y
cooperar para crear un mundo mejor. Y Andrea no se arrepentía ni por un
instante de su decisión de entregar aquel don precioso al mundo.
«Nadie
merece tener ese poder sólo para él mismo, ni siquiera los Eternos»,
reflexionaba a menudo, incluyendo ese instante en que traspuso la puerta de la
taberna y unos pocos curiosos se giraban para observarla entre la jarana. «Necesitamos
un mundo más justo e igualitario… ¿No es cierto?».
Como
si fuese una alegre respuesta a su muda pregunta, su atención fue atraída en
ese preciso instante hacia el pequeño escenario situado a la derecha de su
posición, a escasos cinco metros de distancia de la puerta del local. Hasta
hacía escasos segundos, sobre el mismo habían estado actuando un enano y una
elfa, tocando respectivamente una flauta de los bosques y una pequeña arpa de
talla delicada. Sin embargo, tras terminar su actuación, el achaparrado humano
que hacía las veces de maestro de ceremonias anunció la siguiente actuación.
Por la reacción de los parroquianos, la más esperada de la noche y no era para
menos. Aun así, mientras seguía avanzando con discreción hacia el centro de la
taberna, Andrea no pudo evitar que un pequeño vuelco sacudiese su corazón al
ver aquella cabellera roja hacer su aparición bajo las tenues lámparas de
aceite distribuidas alrededor de la pulida tarima.
No
había cambiado nada. Su silueta, delgada como un junco y a la vez atlética bajo
las holgadas ropas de trovadora, avanzaba con gracilidad hacia el frente del
escenario. Sus manos, esas que Andrea le había visto usar con maestría para
disparar con gran precisión el arco o la ballesta, ahora sostenían entre sus
largos dedos un laúd delicado; sin embargo, también dicho instrumento parecía
hecho para ella. Andrea suspiró para sus adentros al tiempo que un escalofrío
que creía olvidado ascendía por su espalda. Por suerte, en ese instante el
nuevo tabernero le puso delante una jarra de vino especiado con su mejor
sonrisa, con lo que Andrea pudo esconder toda muestra traicionera tras el
primer trago mientras los vítores se iban apagando poco a poco. Lohse se
acababa de sentar en su banqueta y afinaba el laúd con paciencia, como si no le
preocupase la expectación a su alrededor. Sin complejos y con la pizca justa de
ego. Así era ella.
Tras
varios segundos en los que el silencio en la sala fue sepulcral, sólo roto por
algún leve chasquido de la madera del instrumento de cuerda que la protagonista
del momento manejaba entre sus dedos, aquella pareció decidir que la afinación
era óptima. Se recolocó en el asiento, situó el laúd en posición y arrancó las
primeras notas.
Andrea
tuvo que hacer un esfuerzo soberano para que no se le cayese la jarra al
escucharlas.
“Ven
a mí, la noche es oscura
Ven
a mí, la noche es larga
Canta
para mí, yo cantaré
Canta
para mí, oh canta para mí”
«No
puede ser», gimió Andrea para sus adentros. «Esta canción no, no ahora. No
hoy».
Aquella
canción había supuesto mucho para las dos. Era “su” canción… ¿No? Lohse decía
haberla compuesto por ella, por sus aventuras y por haberla ayudado a liberarse
del demonio… Por un instante, Andrea Ironsoul se sintió celosa de que todos
aquellos parroquianos escucharan esa tonada que a sus oídos resonaba tan
íntima.
«Aunque
ella nunca te dijo que fuera especial», le recordó una voz insidiosa en su
cabeza, haciéndole apretar los labios.
En
el fondo, era cierto. Lohse nunca había querido saber nada más allá de una gran
amistad entre ellas dos, aunque Andrea lo desease con todas sus fuerzas. Su
rechazo y su despreocupación habían sido un toque agridulce a su relación que
la joven hechicera de la Fuente creía haber dejado atrás hacía tiempo. Estaba
claro que se equivocaba.
Quizá
por ello, cuando las últimas notas de “Canta para mí” se desvanecieron en el
aire y la sala principal del Toro Negro prorrumpió en aplausos y vítores,
Andrea simplemente se giró de nuevo hacia la barra y llamó al tabernero para
pedir una nueva jarra, esta vez de aguamiel. Necesitaba beber y olvidar,
necesitaba no pensar… Por el rabillo del ojo vio cómo varios de sus compañeros
se acercaban a una mesa y le hacían señas para que se uniese, pero Andrea
rechazó la oferta con un gesto silencioso de la mano y una sonrisa forzada.
Ellos parecieron respetarlo, porque no insistieron. También la conocían lo
suficiente para saber que ella no daba explicaciones dos veces si valía con un
solo gesto bien entendido.
Cuando
le sirvieron la siguiente bebida, la hechicera dio varios tragos pequeños en
silencio, reflexionando y sumiéndose casi sin pretenderlo en los recuerdos de
años pasados. Preguntándose, sin quererlo, si de verdad todo había cambiado
tanto o si en el fondo no seguía siendo aquella chiquilla asustada a la que
pusieron un collar de contención y arrojaron a un barco de prisioneros sin
miramientos.
―Jefa.
Ha pasado mucho tiempo.
‒Continuará‒
Historia
inspirada en Lohse, personaje del videojuego “Divinity: Original Sin II”
Imagen:
Lohse, arte oficial del videojuego “Divinity: Original Sin II”
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