domingo, 17 de abril de 2022

Paula de Vera García: Donde el corazón te lleve (Andrea y Lohse) – Parte I

 


 

La taberna del Toro Negro de Maderiva estaba a reventar aquella noche cuando Andrea Ironsoul se adentró en el enorme establecimiento. El destacamento había decidido acampar en una zona cercana a los acantilados que quedaban al este de la villa, sobre las olas rompientes de la Costa de la Parca. Pero Andrea, a pesar de la camaradería y de haber encontrado en aquellos compañeros -y seguidores, según el caso- una nueva familia con la que curar su soledad, sentía que había algo que tiraba de ella hacia Maderiva sin poder evitarlo. Aunque hubieran pasado ya dos años desde aquello… Ahora, Rivellon era un lugar en paz, donde todos aquellos sensibles a la Fuente podían ser iguales y cooperar para crear un mundo mejor. Y Andrea no se arrepentía ni por un instante de su decisión de entregar aquel don precioso al mundo.

«Nadie merece tener ese poder sólo para él mismo, ni siquiera los Eternos», reflexionaba a menudo, incluyendo ese instante en que traspuso la puerta de la taberna y unos pocos curiosos se giraban para observarla entre la jarana. «Necesitamos un mundo más justo e igualitario… ¿No es cierto?».

Como si fuese una alegre respuesta a su muda pregunta, su atención fue atraída en ese preciso instante hacia el pequeño escenario situado a la derecha de su posición, a escasos cinco metros de distancia de la puerta del local. Hasta hacía escasos segundos, sobre el mismo habían estado actuando un enano y una elfa, tocando respectivamente una flauta de los bosques y una pequeña arpa de talla delicada. Sin embargo, tras terminar su actuación, el achaparrado humano que hacía las veces de maestro de ceremonias anunció la siguiente actuación. Por la reacción de los parroquianos, la más esperada de la noche y no era para menos. Aun así, mientras seguía avanzando con discreción hacia el centro de la taberna, Andrea no pudo evitar que un pequeño vuelco sacudiese su corazón al ver aquella cabellera roja hacer su aparición bajo las tenues lámparas de aceite distribuidas alrededor de la pulida tarima.

No había cambiado nada. Su silueta, delgada como un junco y a la vez atlética bajo las holgadas ropas de trovadora, avanzaba con gracilidad hacia el frente del escenario. Sus manos, esas que Andrea le había visto usar con maestría para disparar con gran precisión el arco o la ballesta, ahora sostenían entre sus largos dedos un laúd delicado; sin embargo, también dicho instrumento parecía hecho para ella. Andrea suspiró para sus adentros al tiempo que un escalofrío que creía olvidado ascendía por su espalda. Por suerte, en ese instante el nuevo tabernero le puso delante una jarra de vino especiado con su mejor sonrisa, con lo que Andrea pudo esconder toda muestra traicionera tras el primer trago mientras los vítores se iban apagando poco a poco. Lohse se acababa de sentar en su banqueta y afinaba el laúd con paciencia, como si no le preocupase la expectación a su alrededor. Sin complejos y con la pizca justa de ego. Así era ella.

Tras varios segundos en los que el silencio en la sala fue sepulcral, sólo roto por algún leve chasquido de la madera del instrumento de cuerda que la protagonista del momento manejaba entre sus dedos, aquella pareció decidir que la afinación era óptima. Se recolocó en el asiento, situó el laúd en posición y arrancó las primeras notas.

Andrea tuvo que hacer un esfuerzo soberano para que no se le cayese la jarra al escucharlas.

 

“Ven a mí, la noche es oscura

Ven a mí, la noche es larga

Canta para mí, yo cantaré

Canta para mí, oh canta para mí”

 

«No puede ser», gimió Andrea para sus adentros. «Esta canción no, no ahora. No hoy».

Aquella canción había supuesto mucho para las dos. Era “su” canción… ¿No? Lohse decía haberla compuesto por ella, por sus aventuras y por haberla ayudado a liberarse del demonio… Por un instante, Andrea Ironsoul se sintió celosa de que todos aquellos parroquianos escucharan esa tonada que a sus oídos resonaba tan íntima.

«Aunque ella nunca te dijo que fuera especial», le recordó una voz insidiosa en su cabeza, haciéndole apretar los labios.

En el fondo, era cierto. Lohse nunca había querido saber nada más allá de una gran amistad entre ellas dos, aunque Andrea lo desease con todas sus fuerzas. Su rechazo y su despreocupación habían sido un toque agridulce a su relación que la joven hechicera de la Fuente creía haber dejado atrás hacía tiempo. Estaba claro que se equivocaba.

Quizá por ello, cuando las últimas notas de “Canta para mí” se desvanecieron en el aire y la sala principal del Toro Negro prorrumpió en aplausos y vítores, Andrea simplemente se giró de nuevo hacia la barra y llamó al tabernero para pedir una nueva jarra, esta vez de aguamiel. Necesitaba beber y olvidar, necesitaba no pensar… Por el rabillo del ojo vio cómo varios de sus compañeros se acercaban a una mesa y le hacían señas para que se uniese, pero Andrea rechazó la oferta con un gesto silencioso de la mano y una sonrisa forzada. Ellos parecieron respetarlo, porque no insistieron. También la conocían lo suficiente para saber que ella no daba explicaciones dos veces si valía con un solo gesto bien entendido.

Cuando le sirvieron la siguiente bebida, la hechicera dio varios tragos pequeños en silencio, reflexionando y sumiéndose casi sin pretenderlo en los recuerdos de años pasados. Preguntándose, sin quererlo, si de verdad todo había cambiado tanto o si en el fondo no seguía siendo aquella chiquilla asustada a la que pusieron un collar de contención y arrojaron a un barco de prisioneros sin miramientos.

―Jefa. Ha pasado mucho tiempo.

 

‒Continuará‒

 

Historia inspirada en Lohse, personaje del videojuego “Divinity: Original Sin II”

Imagen: Lohse, arte oficial del videojuego “Divinity: Original Sin II”

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