En el cerro del tío Pío, vencido el mes de noviembre, hacía un día soleado. No así, en la habitación de Manuela, en la que todo era frío, oscuridad y tristeza. Se levantó de la mecedora, llevaba tres días balanceándose o dando vueltas por toda la casa, sin comer, necesitaba expresar su angustia, pero ¿a quién? No confiaba en nadie, antes no era así, ahora no tenía amigas, se fue alejando de ellas tras su matrimonio. A Gregorio le molestaban las visitas. Con solo mencionarlo sentía que se le escapaba la fuerza. No podía seguir así. Tropezó con un objeto. Era uno de esos espejos que por un lado son de aumento y por el otro no.
Se
miró en él y no le gustó lo que vio. La nariz roja, las legañas de los ojos que
con el aumento parecían hormigas. Se fue al baño, se lavó la cara, y con suaves
golpes
Oyó
repiquetear el timbre de la puerta. ¿Quién sería? Si nadie la visitaba. Se
arregló el pelo con las manos, y se puso la mascarilla. Ante la puerta estaba
una mujer desconocida hasta que habló. Fue el tono de voz quien la hizo
estremecer al recordar a su amiga de la niñez. Indecisa no sabía qué hacer
llevaba tanto tiempo sin ser sociable que se le hacía difícil ser amable. No
hubo problemas. Herminia lo fue por las dos. Entró, miró a su alrededor y abrió
todas las ventanas, había que ventilar las habitaciones, luego se sentó en el
sofá y le hizo un ademán para que fuera a su lado.
Contó
que había vuelto al barrio, seis meses hacía que había enviudado, ese virus que
nos asolaba se llevó al marido. Pues al mío se lo llevó una treintañera. Lo
dijo de tal forma que su amiga guardó silencio.
Cuando
remitió aquel impulso de ira, se echó a llorar. Herminia dejó que se
desahogara, eso era bueno para la salud mental y cuando la vio más tranquila le
recordó lo activa, lo alegre y lo refranera que había sido en su adolescencia. Competían
a ver quién se sabía más refranes, ¿lo recuerdas?
Ahora
dormía poco, a ratos y de pie, como los caballos, dijo con voz entrecortada y Herminia
le recordó la vez que quisieron aprender a montar a caballo y al subirse a uno
tomó tal impulso que cayó por el otro lado. Se echaron a reír. Le aconsejó que
no permitiera que destrozaran su alegría. Tenía que esforzarse por ser quien
era.
Si
hasta el mico sabe en qué palo trepa, y le dio un codazo. A lo que Manuela
contestó: El que nace para martillo del cielo le caen los clavos. ¡Anda! En un
programa de televisión dijeron que el martillo era uno de los instrumentos más
antiguos.
Me
importa un bledo su antigüedad. Y erre que erre volvía a su dolor. Herminia dejó
de escucharla, y comenzó a soltar refranes para que saliera de ese laberinto.
Entre uno y otro le dijo que a Gregorio se le veía venir, que era más raro que
un perro verde, y además era de «amor trompero, cuantas veo, tantas quiero».
Poco
a poco la fue llevando al tema de la gastronomía, recordaba que la cocina había
sido su pasión. Sabes que soy más golosa que una mosca y tú siempre has sido
buena repostera, hagamos un postre. Tengo más hambre que un piojo en un
peluche. Hubo que salir a la compra, el frigorífico estaba vacío. Pasó la
mañana.
Herminia
fue su tabla de salvación. El año pasó volando de tienda en tienda, de museo en
museo, de peluquería en peluquería.
Y
es que ya lo decía su gran amiga Herminia: Desdichas y caminos hacen volver a
los amigos.
©
Marieta Alonso Más
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