lunes, 2 de mayo de 2022

Amantes de mis cuentos: Mujer refranera...

 


En el cerro del tío Pío, vencido el mes de noviembre, hacía un día soleado. No así, en la habitación de Manuela, en la que todo era frío, oscuridad y tristeza. Se levantó de la mecedora, llevaba tres días balanceándose o dando vueltas por toda la casa, sin comer, necesitaba expresar su angustia, pero ¿a quién? No confiaba en nadie, antes no era así, ahora no tenía amigas, se fue alejando de ellas tras su matrimonio. A Gregorio le molestaban las visitas. Con solo mencionarlo sentía que se le escapaba la fuerza. No podía seguir así. Tropezó con un objeto. Era uno de esos espejos que por un lado son de aumento y por el otro no.

Se miró en él y no le gustó lo que vio. La nariz roja, las legañas de los ojos que con el aumento parecían hormigas. Se fue al baño, se lavó la cara, y con suaves golpes la secó. Al mirarse de nuevo lo hizo por el lado que no tenía aumento. Era otra cosa. Mucho mejor que antes. Comenzó a moverlo yendo de cóncavo a convexo con ritmo pausado. Se sentía vieja, no era por el pelo cano ni por las arrugas, era por esa sensación de fracaso que no la dejaba vivir.

Oyó repiquetear el timbre de la puerta. ¿Quién sería? Si nadie la visitaba. Se arregló el pelo con las manos, y se puso la mascarilla. Ante la puerta estaba una mujer desconocida hasta que habló. Fue el tono de voz quien la hizo estremecer al recordar a su amiga de la niñez. Indecisa no sabía qué hacer llevaba tanto tiempo sin ser sociable que se le hacía difícil ser amable. No hubo problemas. Herminia lo fue por las dos. Entró, miró a su alrededor y abrió todas las ventanas, había que ventilar las habitaciones, luego se sentó en el sofá y le hizo un ademán para que fuera a su lado.

Contó que había vuelto al barrio, seis meses hacía que había enviudado, ese virus que nos asolaba se llevó al marido. Pues al mío se lo llevó una treintañera. Lo dijo de tal forma que su amiga guardó silencio.

Cuando remitió aquel impulso de ira, se echó a llorar. Herminia dejó que se desahogara, eso era bueno para la salud mental y cuando la vio más tranquila le recordó lo activa, lo alegre y lo refranera que había sido en su adolescencia. Competían a ver quién se sabía más refranes, ¿lo recuerdas?

Ahora dormía poco, a ratos y de pie, como los caballos, dijo con voz entrecortada y Herminia le recordó la vez que quisieron aprender a montar a caballo y al subirse a uno tomó tal impulso que cayó por el otro lado. Se echaron a reír. Le aconsejó que no permitiera que destrozaran su alegría. Tenía que esforzarse por ser quien era.

Si hasta el mico sabe en qué palo trepa, y le dio un codazo. A lo que Manuela contestó: El que nace para martillo del cielo le caen los clavos. ¡Anda! En un programa de televisión dijeron que el martillo era uno de los instrumentos más antiguos.

Me importa un bledo su antigüedad. Y erre que erre volvía a su dolor. Herminia dejó de escucharla, y comenzó a soltar refranes para que saliera de ese laberinto. Entre uno y otro le dijo que a Gregorio se le veía venir, que era más raro que un perro verde, y además era de «amor trompero, cuantas veo, tantas quiero».

Poco a poco la fue llevando al tema de la gastronomía, recordaba que la cocina había sido su pasión. Sabes que soy más golosa que una mosca y tú siempre has sido buena repostera, hagamos un postre. Tengo más hambre que un piojo en un peluche. Hubo que salir a la compra, el frigorífico estaba vacío. Pasó la mañana.

Herminia fue su tabla de salvación. El año pasó volando de tienda en tienda, de museo en museo, de peluquería en peluquería.

Y es que ya lo decía su gran amiga Herminia: Desdichas y caminos hacen volver a los amigos.

 


© Marieta Alonso Más

 

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