Mi abuela murió y me dejó
heredero de su bien más preciado: Un Belén. Bueno, solo el Misterio, que
llevaba en la familia más de cien años. Como se me dan bien las manualidades
comencé a hacer figuras de barro en los ratos libres. Una al día. Luego dos.
Más tarde tres. Y ahora he perdido la cuenta, entre burritos, cabras, casas,
cuevas, herreros, pastores y mil cosas más.
Y no exagero al decir mil cosas más, porque ya tengo más de diez mil
figuras.
Entre mi trabajo y mi bonita
afición no tuve tiempo de casarme. Me cambié cinco veces de casa, todas de mi
propiedad, porque a medida que iba creciendo mi belén necesitaba más espacio. Soy
de aquellos a quienes que no les gusta desprenderse de nada. Lo mío es mío.
Ahora estoy en un gran
dilema. ¿Qué será de mi obra de arte cuando muera? Quizás debería hablar con el
cura para que mi belén tenga el marco apropiado, pero tengo la sensación de que
traicionaría a la abuela que nunca pisó una iglesia. Había grandes rumores de que
era «la sobrina» de don Servando. También podría hablar con el Ayuntamiento. No
es buena idea. El alcalde de hoy es el biznieto de Cheo, su primer marido, el
que la abandonó por otra.
Hoy ha venido mi vecina a
verme, la única que desinteresadamente se preocupa por mí, es de una
generosidad asombrosa, y le he contado mis penas. Durante diez segundos se ha
quedado en silencio, y luego rompió a hablar.
Me ha aconsejado crear una Fundación
a mi nombre y haga de mi última casa, la más grande, un museo donde resplandezca
mi belén gigante. Que venda dos casas, mis tierras y el lagar, y con ese dinero
edifique en nuestro barrio una escuela, un hospital, y un taller de belenistas.
Ella, como publicista, haría tal campaña que todo ser humano suspiraría por
estudiar en la mejor escuela del condado, curarse en el hospital de
investigación más famoso del país, visitar el más genuino museo de belenes o
llegar a ser el más increíble artesano de todos los tiempos. Y, yo, pasaría a
la historia como la persona más humanitaria, desprendida y altruista que haya
existido.
Además, sería conveniente evitar
desembolsos a mi despegada familia. Hacienda está al acecho, y los gastos de
transmisión solo traen complicaciones. Eso es verdad. Sabe que me gusta la idea
de quedar como un buen hombre, un modelo de generosidad ante el vecindario, por
lo que me propuso vender, simbólicamente hablando, el resto de mis propiedades a
sus tres hijos. Ellos podrían dirigir la Fundación con honestidad y mano firme,
concluyó.
Hay algo que no me huele bien.
Esta noche lo consultaré con las figuras del Misterio.
© Marieta Alonso Más
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