Capellán del rey Felipe II,
consultor del Santo Oficio y canónigo de la Catedral de Cuenca, nació en Toledo
en 1539.
Célebre por su diccionario,
el «Tesoro de la lengua castellana o española», publicado en 1611. Empleó más
de cinco años para terminar la obra, a razón de seis entradas diarias que
escribía por orden alfabético. Su consulta sigue siendo útil para establecer el
sentido de la literatura clásica del Siglo de Oro español.
Entre sus páginas encontramos
gran cantidad de curiosidades: algunas palabras que creemos modernas y que ya
existían en el siglo XVII con el mismo significado: escoba, sarampión,
macarrones…
Otras están en desuso como
burdégano, hijo de caballo y burra; embotijar, enojarse. Y también las que han
evolucionado como borbollón, que hoy es borbotón; atfil, pieza de ajedrez que
se convirtió en alfil; clin, pelo de caballo, en crin.
Una de las características
del diccionario es que Covarrubias introduce constantemente en los artículos la
primera persona, manifestando opiniones, haciendo divagaciones, contando
historias y anécdotas propias y ajenas…
La intención declarada por el
autor era elaborar un diccionario etimológico que indagara en el origen de las
voces del castellano.
El reconocimiento a la labor
de Covarrubias llegó tras la fundación de la Real Academia Española en 1713,
que lo tomó como referente de primer orden para la redacción de su Diccionario
de Autoridades (1726-1739.
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