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domingo, 19 de marzo de 2023

Liliana Delucchi: La otra realidad

 


Supongo que los abandonos son así. Al principio, y sin darte cuenta, deja de tener importancia lo que el otro piensa. Sus discursos te suenan repetitivos y rancios y terminas solo compartiendo el café de la mañana. Hasta que llega el día en que se reparten los bienes y ese espacio solitario formado por paredes y muebles, termina habitado por el silencio y alguna canción que escuchas para que al menos haya una voz en la casa. Aunque estoy siendo injusto, sí que hay otra voz que vive conmigo: Hace miau y se tumba a mi lado en el sillón mientras veo series interminables en la televisión.

Cuando Natalia se fue me lo dejó, ya que su nueva pareja tenía alergia al pelo de gato. Tuvo el detalle de pegar una nota en la nevera con la dirección del veterinario y la fecha en que debía llevarlo para renovar su vacunación. Entonces lo supe. Cuando le di el nombre, al que llamo el pediatra de mi felino, por mucho que lo buscó no lo encontró en su base de datos. Yo insistí: Giorgio, Jorge en italiano. Nada. Entonces me pidió mi nombre para ver si lo había registrado por los datos del dueño. Nada. Se encendió una luz en mi cerebro y le di los datos de mi ex. Pues… Sí. No se conformó con quedarse con el chalet y el coche, también había puesto en su parte del inventario a nuestro gatito. Al escucharme jurar en arameo, el pobre hombre me dijo que no me preocupara y le cambió el apellido al minino. Así de simple, sin ir al Registro Civil.

Como mi compañero peludo se portó muy bien le adquirí todas las golosinas que me ofrecieron en la clínica, más un trasportín, platos para su comida y un baño nuevo. Vamos, para que se olvidara de quien lo abandonó por un hombre más joven y más rico que su actual amo. Compré su voluntad. Esa misma noche, mientras me perdía dentro de una novela, sentí un movimiento en la cama. Giorgio había decidido dormir conmigo. Se pegó a mi costado y al poco rato escuché su ronroneo que, por cierto, es más suave y delicado que los resuellos de mi ex.

Esa madrugada tuve un sueño peculiar: Me encontraba en el cuarto de baño, a punto de afeitarme, y quedé anonadado al ver que el espejo no reflejaba a un cincuentón con las arrugas correspondientes alrededor de los ojos y la comisura de la boca. No. Una especie de Brad Pitt mediterráneo me sonreía como si fuera a comerse el mundo y repetía exactamente mis movimientos. Hasta cuando a causa de los nervios me corté la mejilla, vi que la suya también sangraba.

Desperté de buen humor, confiado en que mi inconsciente no veía un perdedor, sino a un exitoso varón. Silbando me dirigí a la cocina a preparar el desayuno cuando al pasar frente a un espejo que hay en el pasillo, vi nuevamente al hombre guapo reflejarse en el mismo. Pero eso no fue todo. Subido a la consola que estaba debajo, Giorgio también se miraba en esa luna. Yo no sabía si él estaba viendo lo mismo que yo. Mi gatito era un león. Sí lo vio, porque de pronto lo escuché rugir.

 

 

© Liliana Delucchi

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