En noviembre, el día de Todos los Santos, numerosos teatros descubren una figura que no guarda secretos para el público: Don Juan Tenorio.
La acción transcurre en la
Sevilla de 1545. Comienza con don Juan escribiendo una carta a doña Inés,
hermosa novicia a la que pretende seducir. Muchos de esos espectadores son
capaces de declamar los conocidísimos versos al mismo tiempo que los actores.
Uno de mis tíos paternos
alardeaba de saberse de memoria don Juan Tenorio, la Venganza de don Mendo y el
Padrenuestro.
La obra se estrenó el 28 de
marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz en Madrid y contiene todos los elementos
para conquistar al público. Y lo que me maravilla es que a pesar de las miles
de veces que ha sido representado este drama, la tradición pervive año tras
año.
En 1860 las escenas del
cementerio habían llegado a ser tan populares que surgió la tradición de
representar a don Juan Tenorio el día de Todos los Santos o el día de los
Fieles Difuntos, fechas en las que en toda España se suelen visitar los
cementerios.
Fue todo un éxito económico…,
pero no para su autor.
La vida de José Zorrilla tuvo
muchos avatares. Nació en Valladolid y vivió en Madrid en la plaza de Matute.
Cuando escribió esta obra pasaba apuros económicos y antes de su primera
representación vendió sus derechos de autor a un astuto editor de Madrid por la
pequeña suma de 4200 reales de vellón, unos quinientos euros de hoy. La Ley de
la Propiedad Intelectual de 1879, estableció que veinticinco años después de la
muerte de un escritor, sus herederos podían reclamar los derechos que aquél
pudiera haber vendido. Entre pitos y flautas, Zorrilla murió pobre. No fue
hasta 1932, tras complicadas maniobras legales, en que su sobrina pudo heredar.
Hoy don Juan Tenorio es del
dominio público. Cualquier compañía de teatro puede escenificar dicha obra sin
devengar derechos de autor.
Como toda obra teatral que se
precie, la escena en que don Juan mata al Comendador ha sido, en ocasiones, motivo
de improvisaciones.
Se rumorea, que una vez la
pistola de don Juan falló, enfurecido, don Juan miró a su víctima y exclamó:
«Muérete de vergüenza». El Comendador, complaciente, cayó al suelo.
En otra representación se
produjo el mismo fallo, y don Juan dio un puntapié al Comendador que se
desplomó exclamando: «¡Ah! ¡Tenía la punta de la bota envenenada!».
Sea cierto o no, el público
siempre disfruta.
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