Me ha dado por pensar en la adolescente que
fui y en las preocupaciones que tenía. Cada edad tiene sus propios problemas y
cuando te encuentras en uno de ellos sientes que son los mayores que podrías
tener, que cuando seas adulta las cosas mejorarán, pero cuando llega ese
momento y te das cuenta que no es así, es muy frustrante. Porque hay otras
situaciones que te envuelven y te ahogan.
Si hablara con mi yo de 15 años, con su
obsesión con el pelo rizado y los pantalones de campana, le diría que su
cabello liso no es el mayor de sus problemas, tampoco no tener grandes
atributos delanteros, porque cuando esté a punto de cumplir 40 tendrá la melena
que siempre quiso y estará más que feliz en su propia piel. Le insistiría en que
no debe preocuparse porque sus pies estén bien ocultos por sus vaqueros, porque
podrá elegir que se pone sin sentir que camina sobre barcas.
Hay cosas que, pensándolo un poco, sí que
mejorarán. Tendrá un marido maravilloso, una casa bonita y será independiente, podrá
decidir. Algunos de sus complejos habrán desaparecido y no tendrá que
demostrarle a nadie (mucho menos a sí misma) que es más fuerte de lo que la
gente esperaría. Sin embargo, otras situaciones se harán más complejas. Aquellas
que no esperamos y que parecen querer herirnos de todas las maneras posibles.
Al ponerlo en perspectiva, quizás no
encontrarse del todo bien de salud sea más importante que estar acomplejada por
tener poco pecho o por no tener una campana lo suficientemente ancha en los
bajos del pantalón. Sin embargo, aunque era lo vea con una perspectiva más
adulta, esos eran los problemas de la MJ de 15 y se merece todo mi respeto.
Por ello, abrazo a esa persona que fui y
aunque, ahora mismo, vea que sus agobios no eran para tanto para ella eran
importantes y tiene todo mi respeto. Quizás la MJ de 50 haga lo mismo con la
MJ de 39 y las tres veamos que todo es posible.
Porque quizás lo sea.
© MJ Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario