Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual
mariposas; pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas
viejas, me evocáis todas las cosas.
Antonio Machado
Decía José Saramago que un
escritor de verdad era una mosca cojonera, vamos un incordio. No lo sé. Pero, va y hay que darle la razón.
En zoología, a esta plaga
fastidiosa se la considera una maravilla de la naturaleza. No así para el
hombre que la juzga como una despreciable sabandija y en vano ha intentado
acabar con ella. Es el insecto más abundante y se dice que prueba los sabores
con las patas, huele con las antenas y respira a través de sus diminutos
orificios situados en sus costados. Además es una acróbata aérea con solo dos
alas, porque según nos cuentan en el transcurso de millones de años las alas
traseras de la mosca primigenia se atrofiaron y se convirtieron en una especie
de bastones que se mueven al mismo ritmo que las alas pero en la dirección
opuesta estabilizando el vuelo del insecto.
Está dotada de una gran
elasticidad y según estudios una mosca puede aletear a razón de doscientas
veces por segundo, tres veces más veloces que el colibrí. Sus reacciones son
más rápidas que la del hombre, cambia de dirección si se ve en peligro, por eso
es tan difícil atraparla.
A diferencia de Antonio
Machado que al parecer las amaba, a mí me sienta fatal la facilidad con que una
mosca elude la ley de la gravedad. Nunca podré caminar por las paredes y el
cielo raso como lo hacen ellas y me da mucha envidia que pueda distinguir hasta
más de doscientas variaciones de luz y sombra y yo solo veinticuatro. Y encima,
vuelan.
Por lo visto durante la noche
la mosca consume energía y la concentración de azúcar en su sangre está baja
por la mañana. Así que se asea, remonta el vuelo, se desplaza en círculos,
analiza el aire con sus órganos olfatorios, sigue el rastro del aroma. Se posa,
corre haciendo eses, sus yemas gustativas informan a su cerebro si en la mesa
hay algo salado, dulce o pegajoso. Extiende la trompa, tubo por donde come, y ¡Zas!
succiona la mermelada que yo con tanto esmero he puesto sobre mi tostada.
Inadmisible.
Aparte de la mosca doméstica
hay por lo menos una docena de otras especies que circulan por nuestros
salones. Menos mal que en otoño estos insectos se «mueren como moscas».
Sería de locos si la madre
naturaleza no pusiera sus medios para mantener un nivel constante de la
población de moscas.
¡Oh,
viejas moscas voraces…!
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