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viernes, 13 de octubre de 2023

Malena Teigeiro: El collar de Chiquitita

 



Se dio cuenta de que al esconderse entre los rosales de su tía María Antonia, las espinas le pinchaban los brazos. Y como tenía que seguir haciéndolo, buscó otro sitio. Un gran macizo de hortensias rosas y azules se extendía al fondo del jardín, justo al lado de la muralla que lo guardaba. Corrió y se metió entre ellas. Aquellas flores eran tan tupidas y tan altas que allí no la encontraría nadie. De pronto, el mal olor que expelían las flores le hizo pensar que tenía que buscar otro escondite. Con cuidado para no romperlas ni estropearlas, se alejó de las hortensias. A su tía aquellas flores le gustaban tanto que las colocaba por toda la casa en cualquier jarrón. A ella le parecían más bonitas las rosas, además su perfume era variado, a veces un poco fuerte, eso sí, pero elegante. Se parecía mucho al de su madre, recordó inhalando con fuerza el aire con la pretensión de encontrar aquel delicioso aroma. Echó un vistazo y percibió que los macizos de las dalias estaban demasiado cerca de la casa y era fácil que la encontraran. Decidió acercarse a la verja. Era posible que fuera de aquellas tapias encontrara un buen lugar. Al llegar abrió la cancela y, como siempre, el hierro cantó un desagradable chirrido. Salió y cerró despacio.

Detrás del camino estaban los campos de hierba en donde pastaban las vacas. Además de darle miedo aquellos bichos tan grandes, el suelo era liso como una sábana y no vio ninguna planta alta en la que esconderse. Un poco más allá de los prados, justo en donde comenzaba el monte, divisó un lugar tan lleno de flores que desde lejos parecía que hubieran pintado el campo de blanco y violeta.

Unas veces a la pata coja, otras dando saltos, pasó por delante de las vacas poniendo buen cuidado de no acercarse demasiado. Tumbadas en el suelo, la miraban aburridas moviendo la mandíbula de un lado a otro, una y otra vez. A lo mejor no les gustaba la hierba, pensó. Lo cierto era que a ella tampoco.

Cuando llegó al campo de flores vio que sus tallos eran bajitos, apenas un poco más alto que la hierba que tenían alrededor. Sintió que el cansancio le impedía seguir y se tumbó encima de la alfombra de margaritas. Olían bien. Quizá un poco amargo, se dijo arrugando la nariz. Por otra parte, como su vestido era blanco, quizá la confundieran con ellas. Comenzó a cortar flores hasta hacer un ramillete. Cuando creyó tener bastantes, las dejó a un lado y se sentó. Recogió de nuevo el ramillete y lo colocó sobre la falda. Susurraba la canción que le cantaba su tía María Antonia mientras, una a una, las iba ensartando hasta hacer una especie de cuerda larga, muy larga, que se enrolló al cuello.

Era casi de noche cuando comenzó a sentir frío. Adornada con el collar de margaritas corrió por el prado. Se sorprendió al no ver las vacas. Quizá era más tarde de lo que creía. Entró en el jardín. Pasó por delante de los macizos de rosas y hortensias hasta llegar a la casa. En la puerta, mirando de un lado a otro, la tía María Antonia la buscaba. Con una sonrisa que le recordó a un sollozo, la agarró por la cintura y la alzó. ¿Dónde había estado toda la tarde, Chiquitita? Ella se colgó del cuello de la mujer. ¿De quién quería esconderse? La niña le cogió la cara con las manos. Ya no se acordaba, mintió a sabiendas de que al día siguiente volvería a esconderse. A ella no la guardarían en una caja los señores de negro, decidió arrancándose el collar de margaritas.


© Malena Teigeiro

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